Capítulo 10

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Anahi se metió la camiseta por la cintura del pantalón corto diciéndose que, en un futuro muy cercano, la cintura empezaría a formar parte del pasado. Posó la mano en su abultado vientre. Por los libros que había leído, el embarazo empezaría a ser evidente al cabo de tres meses y ella estaba deseándolo.

Después de recogerse el pelo, se aplicó un poco de maquillaje y decidió que ya estaba lista para ir a casa de Alfonso. Todavía le costaba creer la suerte que habían tenido y que Rocky hubiera sabido regresar sólo hasta su casa. A Janet se le habría roto el corazón si su mascota hubiera desaparecido y también Anahi se habría sentido fatal. Además, tener que pagar el precio de un perro labrador, habría supuesto un duro golpe para sus ahorros. Como no fuera capaz de poner pronto límite a las buenas intenciones de Alfonso, iba a volverse loca.

Se puso unas sandalias de cuero, agarró su bolso y se dirigió a casa de Alfonso, que estaba a sólo un par de bloques del que había sido el hogar de su infancia. Cuando llegó a aquella acogedora casa en la que todavía se conservaban los cuidados rosales de la señora Herrera, Anahi todavía no había decidido cómo iba a abordar con Alfonso el problema de su relación.

Intentaba ignorar a su inoportuna y regañona conciencia, que estaba intentando decirle que estaba cometiendo el error de su vida. Quería a Alfonso, pero no podía permitirse el lujo de enamorarse de él. Aquello significaría el final de una amistad que había durado ya cerca de veintidós años. Una amistad que no estaba dispuesta a cambiar por unos años de compañía y sexo, hasta que el resentimiento de ver crecer a un hijo que quizá no fuera suyo alejara a Alfonso para siempre de su lado. Por lo menos de esa forma podrían seguir siendo siempre amigos.

O al menos eso esperaba.

Al bajar del coche oyó los ladridos de bienvenida de Bronson.

—Eh, amigo —lo llamó desde la puerta.

El perro corría a su alrededor moviendo la cola, entusiasmado por su llegada. En cuanto se tranquilizó, Anahi lo siguió a la parte trasera del jardín. Al final del garaje, vio por primera vez a Alfonso. Y le bastó mirarlo para quedarse sin aliento. Estaba de espaldas a ella, ofreciéndole una vista perfecta de la parte de atrás de su trasero. Lo vio levantar un saco de carbón vegetal para leer las instrucciones de encendido. Al hacerlo se marcaba cada uno de los músculos de sus brazos, de aquellos brazos que tanto anhelaba sentir a su alrededor...

Inmediatamente, apartó aquel pensamiento de su mente. Se suponía que había aceptado la invitación con el único propósito de poner fin a las esperanzas de Alfonso sobre su futuro matrimonio.

—Por el bien de tus vecinos —le gritó mientras caminaba hacia él—, creo que debería regalarte una de esas barbacoas eléctricas.

Alfonso alzó la mirada y Anahi sintió que le fallaba el corazón al ver la devastadora sonrisa que asomó a sus labios.

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