Capítulo 8

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Tras otro ajetreado día, Anahi decidió disfrutar un rato de las travesuras de los cachorros. Tenían ya cuatro semanas, estaban empezando a comer alimentos sólidos y aprendiendo a salir de la caja que era su hogar. Empezaban a definirse las personalidades de cada uno de ellos. Un macho rechonchito parecía querer convertirse en el líder del grupo, hasta que una pequeña hembra reparó en su conducta dominante y decidió hacerse cargo de la situación.

—Ésas son las mujeres que me gustan —comentó Rachel riendo, al ver a la perrilla ladrando enfadada.

—Deberías traer a tus hijas a jugar con los cachorros —contestó Anahi, levantando a uno de ellos—. Ya son suficientemente grandes y no les vendría nada mal socializarse un poco.

—¿Estás intentando colocarme a un cachorro, Anahi? Porque ésa es la mejor forma de asegurarte de que me quede con uno.

Anahi sonrió a su ayudante.

—Jamás haría algo tan retorcido. Pero creo que a Steve también le gustaría verlos...

Rachel tomó a la hembra en brazos.

—Pero no le va a servir de nada, porque no pienso quedarme con ninguno — levantó a la hembra.

—¿Se te ocurre algún nombre para ella? —preguntó Anahi, mirando de reojo a su ayudante.

Rachel sostuvo a la perrita frente a ella.

—Definitivamente, estás intentando colocarme un cachorro —ambas mujeres soltaron una carcajada.

Rachel acurrucó entonces a la cachorrita contra su pecho y miró a Anahi.

—¿Qué os ha pasado a ti y al doctor Herrera? No se pasa mucho por aquí últimamente.

Anahi suspiró y dejó al cachorro en la caja, sin saber muy bien qué contestar. No había sabido nada de Alfonso desde su discusión, desde hacía ya dos semanas. Al principio, había pensado que echaba de menos la amistad y el compañerismo que siempre habían compartido, pero ya no podía seguir engañándose. Lo echaba de menos a él, de la forma en que cualquier mujer echaba de menos a un hombre que era especial en su vida. Echaba de menos su calor, su ternura, sus atenciones... Echaba de menos sus bien intencionados y desafortunados intentos para convencerla de que se casara con él. Por mucho que odiara admitirlo, echaba de menos el sonido de su voz, su risa y el deseo que reflejaba su mirada. Su cuerpo lo anhelaba y anhelaba el temblor que antecedía a sus besos, y la sensación de derretirse contra él cada vez que la tocaba.

Pero estaban en los lados opuestos de un metafórico abismo y ninguno quería dar el primer paso que podría hacerles caer a los dos. Alfonso quería casarse y no se conformaría con menos. Y ella no podía casarse con él mientras hubiera una sola posibilidad de que no fuera el padre.

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