La luz del amanecer penetraba en el dormitorio acompañada por los cantos de los pájaros y los escandalosos ronquidos de Bronson. La brisa, todavía fresca, anunciaba sin embargo la llegada de otro caluroso día de verano.
Alfonso no podía evitar un cierto resentimiento contra la luz del sol. Cuando se hiciera de día, la mujer que en ese momento dormía acurrucada contra él dejaría de amarlo. Por la noche, durante las horas de oscuridad, había bajado la guardia y a Alfonso no le había hecho falta escuchar de sus labios que lo amaba porque sabía que aquellas palabras estaban grabadas en su corazón. Cuando habían hecho el amor, se había producido una explosión de calor y deseo, de búsqueda y entrega de amor y placer.
Alfonso se estiró, sintiéndose descansado a pesar de las pocas horas de sueño que había disfrutado aquella noche. Se volvió y, apoyándose sobre un codo, la miró fijamente, memorizando cada una de las facciones de aquella belleza que durante la noche le había robado el sueño.
Sintió que volvía a excitarse y sonrió. Su cuerpo estaba confirmando lo que su mente ya había aceptado: jamás se cansaría de la doctora Puente. Y a pesar de sus negativas a casarse con él, cuando hacían el amor estaban perfectamente sincronizados. Anahi lo volvía loco, le hacía olvidarse de todas sus estúpidas reglas, de sus teorías y planes para conquistar su amor.
Anahi se estiró en la cama, desbordante de sensualidad. Alfonso aprovechó la ventaja que le daba su posición, se inclinó hacia él y le mordisqueó cariñosamente el cuello.
Ella suspiró, se estrechó contra él y le rodeó el cuello con los brazos.
—Buenos días —musitó con voz ronca.
—Desde luego —contestó Alfonso deslizando la mano hasta sus caderas.
Continuó besando su cuello mientras posaba las manos sobre sus senos. Con el pulgar, acarició sus pezones hasta que los sintió endurecerse bajo aquel contacto.
Anahi suspiró y cerró los ojos otra vez mientras Alfonso le acariciaba delicadamente la espalda al mismo tiempo que la besaba.
Sin apartar los labios de su boca, buscó el rincón de la máxima unión. Anahi lo recibió expectante, como si durante las horas de sueño hubiera estado preparándose para aquel reencuentro. Besaba a Alfonso e imitaba el ritmo de sus movimientos sabiendo que en aquella ocasión ambos estaban preparados para consumirse casi de forma instantánea en la hoguera del placer.
Una pasión desesperada y salvaje los guiaba, los arrastraba hasta la cumbre de aquella locura en la que ambos fundieron sus gritos y sus nombres.
Después de hacer el amor, tras descansar durante largo tiempo abrazados, intentando tranquilizar sus agitadas respiraciones, Alfonso enterró la cabeza en su cuello y la besó delicadamente. Todavía unido a ella, se incorporó y la miró a los ojos con una ternura que hizo estremecerse el corazón de Anahi. Con idéntica ternura, apartó los mechones sudorosos de su frente y cubrió su rostro de besos. La besaba de la misma forma que la amaba y, maldita fuera, ella le devolvió los besos con la misma emoción, negándose a pronunciar la palabra que haría añicos el sueño de aquella noche que habían compartido, negándose a decir adiós.
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Gracias al destino
RomanceLa seducción: Durante semanas, Alfonso Herrera había estado intentando decirle a Anahi Puente, su mejor amiga, que la amaba. Y había estado intentando seducirla... Pero el sorprendido fue él: Anahi consiguió seducirlo una noche y hacerle disfrutar c...