Capítulo 9

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A Anahi se le encogió el corazón, para volver a latirle nuevamente a un ritmo febril.

—¿Que quieres que haga qué? —miró a su alrededor para asegurarse de que nadie había oído aquella loca petición y suspiró aliviada al advertir que el resto de los comensales continuaba comiendo tranquilamente.

Miró a Alfonso, pero las palabras parecían negarse a salir de su boca. La maliciosa sonrisa que curvaba sus labios y el brillo travieso de sus ojos le hacían preguntarse hasta dónde estaría dispuesto a llegar Alfonso en aquel juego.

—Quítate las bragas y pásamelas —le pidió con un ronco susurro.

Anahi tragó saliva, intentando apaciguar su excitación.

—¿Por qué?

Alfonso deslizó entonces el dedo por el tirante del vestido, descendió por su hombro y se detuvo en el inicio de sus senos.

—¿No confías en mí?

Anahi lo miró; la pasión oscurecía los ojos azules de Alfonso.

—Yo... Pensaba... No sé —farfulló. ¿Realmente confiaba en él?

Alfonso continuó acariciando el inicio de su seno con el dedo. Anahi sintió la respuesta de sus pezones, que se erguían contra la seda del vestido.

—Hazlo, cariño. Demuéstrame que confías en mí.

Anahi sentía retorcerse sus entrañas frente al tentador brillo de sus ojos. Una combinación de ansiedad y excitación la atravesaba, haciéndole sentirse capaz de cualquier cosa.

Se encogió de hombros, como si desprenderse de la ropa interior en un restaurante fuera algo a lo que estaba acostumbrada. Manteniendo los ojos fijos en Alfonso, le dirigió lo que esperaba fuera una voluptuosa mirada y levantó ligeramente el trasero del asiento. Con un ligero meneo, comenzó a deslizar las bragas de encaje negro por sus piernas y, tras otra rápida mirada a su alrededor, se las tendió a Alfonso por debajo de la mesa. El corazón le latía violentamente y sentía un intenso calor en el vientre. Sentía la frialdad de la seda del vestido contra las curvas de su trasero y sus caderas. Y en lo único que era capaz de pensar era en lo erótico que le resultaría sentir las manos de Alfonso deslizándose sobre ella.

Alfonso tomó la prenda que le tendía y acarició lentamente el encaje negro entre sus dedos. Había algo sensual y terriblemente erótico en aquel acto. Anahi sentía cómo se extendía por todo su cuerpo aquel calor que había nacido en su vientre, era como un torrente de lava desbordando el cráter de un volcán.

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