Noche dieciséis

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Desde esa primera noche le siguieron varías más, en donde Jennie y su molesto insomnio encontraban consuelo en una estudiosa Lisa, sintiendo que no era la única sin tener descanso por las noches.

Seguido Jennie dejaba de luchar con su falta de sueño y se asomaba al balcón con la esperanza de encontrar una luz encendida en la habitación continua, lo cual ocurría con frecuencia y la alentaba a tocar la ventana de su vecina pidiendo permiso para platicar, o incluso colarse a su habitación y ponerse más cómoda.

Lisa por su parte disfrutaba de la compañía de Jennie, era lindo hablar con ella y explicarle lo que trataba de memorizar cada noche de sus libros de medicina, sobretodo cuando esos ojitos gatunos la miraban con un brillo de interés y ternura al mismo tiempo.

Esa noche no se diferenciaba mucho de las otras, excepto por la parte en que la pelinegra empezaba a quedarse dormida en el puff de la habitación de Lisa, mientras esta tomaba los últimos apuntes de su libro.

Lisa al darse cuenta de inmediato deja sus libros para acercarse a una muy somnolienta Jennie y susurrarle mientras agitaba un poco su hombro.

–Hey Jennie, es hora de dormir...– susurró Lisa mientras tocaba su brazo, a lo que sólo obtuvo como respuesta balbuceos de la dormilona.

–Vamos, tenemos que dormir, ya es casi la 1am y mañana hay escuela.

–Lili, no quiero ir a mi habitación– contestó apenas en murmullos una adormilada Jennie aún con ojos cerrados.

Lisa suspiró tratando de encontrar una solución.
No habría manera de que Jennie se fuera a su habitación por si sola y Lisa no quería llevarla cargando hasta la otra habitación.

–Bien, ven acá pequeña invasora– dijo Lisa mientras trataba de levantar a Jennie para poder acostarla en la cama.

Jennie se dejó acomodar por los fuertes brazos de la más alta y rápidamente se envolvió en las cobijas, causando una risita silenciosa por parte de Lisa, quien se acomodó del otro lado de la cama para luego apagar la lámpara de su mesita de noche.

Apenas Lisa tocó su almohada sintió los brazos y piernas de la pelinegra rodearla, causándole un golpeteó en el pecho y un calor por todo el rostro. Si no fuera estudiante de medicina diría que estaba a punto de sufrir un infarto, pero sabía que las sensaciones de ese momento eran causados por la dueña de los ojitos de gato más lindos que había visto.

Procedió a dar un profundo suspiro para tratar de controlar el cosquilleo que recorría su cuerpo, y cerró sus ojos para rápidamente conciliar el sueño.

–Buenas noches Jennie.

–Descansa doctora Lisa.

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