Noche Cero

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Miró el reloj del pasillo mientras la maquina de café llenaba su vaso, faltaban 28 minutos para que su turno terminara y al día siguiente tendría el turno matutino por lo que solo tendría oportunidad de ir a casa para dormir y bañarse antes de regresar al hospital.

–Manoban, último paciente del día...– escuchó Lisa a su compañera caminando hacia ella en el pasillo.

–Supongo que mi café tendrá que esperar.

–No es tan grave, algunos hematomas y rasguños, al parecer de una caída, solo hay que asegurar que no necesite alguna radiografía.

–Bien, voy para allá.

La castaña tomó unos cuantos sorbos a su café y se dirigió al área donde tendría que atender al último paciente del día. En el camino tomó el portapapeles con los datos del paciente y sin checarlo abrió la cortina encontrándose a una muy conocida pelinegra de ojos gatunos, incluso con los golpes en su rostro y parte del cuerpo le trajeron un recuerdo tan fresco como si hubiese sido ayer.

Ambas enmudecieron momentáneamente por la sorpresa, Jennie carraspeó un poco nerviosa y Lisa parpadeó repetidamente tratando de que la última memoria que tenia de la pelinegra no viniera a su mente... aunque demasiado tarde, su gran cerebro pareció reproducir en cuestión de milisegundos la última noche que había pasado con su vecina, flashes de sus cuerpos desnudos y los besos compartidos pasaron frente a sus ojos, sonrojándose de manera inevitable.

–Hola Lisa, ha pasado un tiempo...

–Cuatro años para ser exactas.

Lisa estaba claramente nerviosa y eso causó una pequeña risita en Jennie, quien no comprendía del todo su reacción.

–Yo t-traté de localizarte pero adaptarme a Londres fue complicado y-y los horarios...

La pelinegra la escaneaba con la mirada tratando de entender porqué Lisa estaba dándole explicaciones, cuando su mirada paró en el dorado collar de la doctora.

–Aún lo conservas– dijo Jennie con emoción mirando fijamente su cuello e interrumpiendo los balbuceos de la castaña.

Lisa lo entendió y lo tomó entre sus dedos.

–Mis noches fueron salvadas por ti, y me ayudaste a recordar lo mucho que me gusta cuidar de las personas.

Ambas sonrieron tímidas viéndose a los ojos, entonces Lisa notó los golpes que decoraban su rostro, por instinto se acercó y lo tomó entre sus manos observándolo con cuidado.

–¿Que fue lo qué pasó? Ahora si debes darme una explicación como tu doctora.

Jennie no pudo evitar reír avergonzada.

–Estamos por inaugurar una exposición el próximo mes y el sitió sigue en remodelación, resbalé con unos plásticos que estaban en el piso protegiéndolo de la pintura.

–No parece haber fracturas sólo moretones, te recetaré un ungüento para aminorar el dolor.

Empezó escribir la receta en la mesita de al lado cuando escuchó a la pelinegra con voz coqueta.

–Me vendrían bien unos analgésicos, acompañados de unos muffins y un café...

Lisa volteó lentamente intentando descifrar el mensaje, ¿acaso la estaba invitando por un cafe? Buscó el reloj de pared y notó que faltaban dos minutos para las diez de la noche.

–Mi turno termina en dos minutos pero mañana debo regresar muy temprano al hospital a trabajar así que...– notó de inmediato la decepción en los ojos gatunos y sin poder resistir el vacío que empezaba a sentir en su pecho continuó hablando
–sería mejor vernos mañana, salgo a las dos de la tarde ¿te parece bien almorzar?

–Pasaré por ti a las dos, espero que tengas hambre.

Jennie no pudo evitar decir eso con una sonrisa gomosa en su rostro, sustituyendo el vacío en el pecho de Lisa por una sensación de alegría.

–Bien, mientras no olvides aplicar el ungüento y cuidar tus heridas, eso sería todo por hoy señorita Kim.

Ambas se despedían con una gran sonrisa en el rostro gracias a la promesa de encontrarse al día siguiente.

–Gracias, nos vemos mañana– decía Jennie tomando su camino sin apartar la mirada de la doctora más apuesta que había visto.

–Que tengas buenas noches Nini.

–Descansa doctora Lisa.



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