Noche veintisiete

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–Lili, ven a la cama... tengo sueño– Escuchó Lisa tras ella con voz caprichosa.

–Apenas son las once de la noche Jennie, aún me faltan unas hojas por leer.

Jennie soltó un pequeño quejido tratando de ser convincente. Desde la noche en que se robó la mitad de la cama de su vecina, se dió cuenta de lo rápido que conciliaba el sueño cuando estaba cerca de Lisa. Así que tomó la oportunidad y se adueñó noche tras noche del colchón de la castaña, sobretodo porque a Lisa parecía no molestarle la intrusión, y Jennie en verdad disfrutaba de acurrucarse juntas. Sentía que desde que compartió la almohada con la más alta, su cuerpo había dejado atrás el constante cansancio, y el insomnio había dejado de ser un problema para ella.

Ahora el problema era convencer a Lisa de dejar sus libros para que la acompañara entre las cobijas. A veces lograba su objetivo y dormían temprano, alguna otras noches, se quedaban platicando un poco sobre ellas mismas, sus gustos, sus sueños y planes, hasta que terminaban cediendo ante el sueño entre pequeñas caricias y murmullos sin sentido.

Lisa terminó de acomodar sus libros y cuadernos para tomar su lugar en la cama y apagar su lámpara, sintiendo de inmediato la familiar calidez de Jennie rodeando su cintura mientras apoyaba su cabeza al costado de Lisa.

–Buenas noches Nini.

–Gracias, descansa doctora Lili.

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