Noche setenta y dos

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Era una noche linda y triste. La más triste que recordaba Jennie, lo cual era mucho decir porque recordaba varías a lo largo de su vida.

Decidida a crear un bonito momento, la pelinegra apareció en la habitación de su vecina con golosinas y un pequeño regalo la noche anterior a su partida.

Disfrutaron de las fresas y los chocolates entre risas, sentadas lado a lado en la cama que había sido testigo de lo que se había formado entre ambas.

Lisa calmó sus carcajadas y notó la mirada penetrante de Jennie sobre ella antes de sentir como acariciaba su mejilla.

–Tengo algo para ti.

Sacó una pequeña cajita de la bolsa donde había llevado las golosinas y se la entregó a la castaña.

–No tenías que regalarme nada Nini, yo no tengo nada para darte– dijo Lisa con un puchero mientras sostenía la cajita entre sus manos.

Al principio Jennie creyó que no era buena idea regalarle algo a la castaña ya que lo mejor era que siguiera con su vida sin cargar con el recuerdo de la caótica pelinegra. Ese pensamiento fue borrado cuando se topó con un precioso collar en forma de corazón humano súper diminuto y bañado en oro.

Lisa quedó momentáneamente sin habla y sus ojos se cristalizaron un poco. Sin saber que decir abrazó a Jennie, para sentir de inmediato como la pelinegra rodeaba su cintura con sus brazos.

–Muchas gracias Jennie, es precioso.

–No tanto como tú.

Jennie rió bajito al ver el sonrojo en las mejillas contrarias.

–¿Me ayudas a ponerlo?

Cuando la pelinegra terminó de abrocharlo, Lisa subió su mirada notando la cercanía de ambos rostros. Como si fuera un imán, Jennie no pudo evitar acortar la distancia sintiendo sus respiraciones ser mezcladas. Lisa cerró sus ojos y suspiró antes colisionar sus belfos con los contrarios.

Recargadas en la cabecera de la cama a lado de la otra, Jennie subió su mano al cuello de Lisa para acariciarlo y subir hasta su mejilla profundizando el beso.

De un momento a otro la mayor se encontraba sentada sobre los muslos de Lisa, se separó unos segundos para ver el rostro de esta sonrojado y un poco agitado por los besos subidos de tono, para entonces empezar a deshacerse de su propia playera.

Lisa recorrió con su mirada el torso con algunas cicatrices y tatuajes que invitaban a ser acariciados. Jennie pudo percibirlo así que tomó ambas manos con las suyas y las posó sobre su abdomen antes de regalarle otro profundo beso.

...

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