Noche cincuenta y cinco

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Lisa creyó que las cosas cambiarían a partir de ese "suceso", pero se equivocó al encontrarse las noches siguientes con la sonrisa gomosa de Jennie colándose a su habitación desde la ventana del balcón. Si acaso las cosas entre ellas se volvieron más... ¿íntimas?

Lisa no sabía como llamarlo, ya era bastante íntimo dormir acurrucadas casi cada noche, pero ahora compartían pequeños toques y roces bajo las sábanas mientras se susurraban cualquier cosa de la que pudieran hablar antes de ceder al sueño envueltas de piernas y brazos.

La castaña no quería complicar las cosas pero algo imperativo dentro de ella le exigía entender la situación en la que se encontraban. Al no ser experta en el caso, hizo uso de su habilidad como estudiante de medicina y se dijo a si misma que se dedicaría a observar el comportamiento entre ella y la pelinegra.

Aunque tal vez eso era solo una excusa para seguir disfrutando de los ojitos gatunos que la miraban coquetos mientras recibía caricias en su plano abdomen. Justo como en ese momento, con una Jennie dándole cero espacio personal sobre su ya conocido colchón, haciéndole preguntas que solo hacían que su cuerpo se pusiera calientito.

-¿Por qué eres tan suavecita Lili?- decía Jennie durante el recorrido de sus manos por el torso de la más alta.

Lisa supuso que era solo una pregunta retórica, así que se dedico a saborear el recorrido de esas yemas de seda sobre su cuerpo. Cerró sus ojos y lo siguiente que sintió fueron los labios de la pelinegra repartiendo besitos en su cuello.

La castaña se tensó un poco al sentir los besos cada vez más húmedos llegando a la parte de atrás de su oreja, pero soltó un profundo suspiró logrando relajarse, cosa que no pasó desapercibida por Jennie.

Los besos pararon y la pelinegra acomodó su cabeza en el pecho de Lisa. A la mañana siguiente tendría que levantarse más temprano de lo usual, iba a necesitar una sesión íntima con su mano y una ducha fría antes de irse a clase.

–Descansa Lili.

–Buenas noches Nini.

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