CAPITULO XIX

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Las horas parecen ralentizarse, han pasado tres horas desde que se llevaron a Emille, no me permiten verla, Emiliano ha entrado en su habitación un par de veces, pero en la ultima hora le restringieron el paso a él también. Camina de un lado a otro, se sienta por un par de minutos a mi lado, y se vuelve a poner de pie. Que él este angustiado intensifica mi preocupación.

El medico de turno se acerca a nosotros.

—¿Cómo esta mi hija? —pregunta Emiliano.

—Estable, está presentando una bronconeumonía severa, su nivel de saturación de oxígeno en la sangre está por debajo de 94%, así que hemos estado aplicando el tratamiento de broncodilatadores, nebulizados a intervalos cortos de tiempo, dada la dificultad respiratoria la hemos dejado con oxigeno mediante mascarilla de alto flujo.

—Entiendo.

—¡Yo no! ¿Qué significa todo eso doctor? ¿Cuánto tiempo se quedará mi pequeña aquí? ¿Cuándo puedo verla? —mi angustia me sobre pasa, Emiliano me toma de los hombros con suavidad, ya que estoy prácticamente encima del doctor.

—Aun no puede entrar, la dejaremos internada para poder controlar sus signos— mis ojos se llenan de lagrimas al instante y me refugio en Emiliano, quien me abraza con fuerza.

Permanecemos sentados, en silencio, no tocamos el tema de por qué no durmió en casa, él no me mira, y yo siento un nudo en el estómago. La noche comienza a darle paso al día, la rutina de la clínica inicia, vemos salir a doctores y enfermeras agotados por un largo turno, y entrar a sus compañeros renovados luego de una buena noche de descanso. El movimiento en la clínica aumenta, circulan por los pasillos pacientes y médicos, dando más vida al lugar, el día trae esperanza, las cosas lucen menos mortales de día, mi cuerpo y mi alma se iluminan con la fe de que el día trae calma, y que, a pesar de todo, las cosas saldrán bien.

—¿Quieres que te traiga un café? —rompe el silencio, por fin.

—Si, por favor—me limito a contestar, mi cuerpo necesita cafeína para funcionar.

Se levanta y camina hacia la máquina de esspreso, cuando se cruza con Madison, se miran por un momento, y él continua su camino sin saludarla. Eso no es típico de él.

Ella lo sigue, esta mujer es una pesadilla, trato de prestar atención a lo que dicen, pero es considerable la distancia que nos separa, no aparto la mirada de ellos, busco leer sus labios, siendo inútil el resultado.

¿Habrá pasado algo entre ellos? ¿por eso no llegó a la casa?

No quiero pensar mal de él. Me dejare de inventar novelas turcas en la cabeza, e iré directo al grano, Emiliano siempre ha sido sincero conmigo, excepto cuando me oculto lo de su enfermedad, pero eso es diferente, ¿no? ¡como sea! Prefiero enfrentar esto a seguir dejando que mi imaginación se encargue de darle diálogos y escenas a la relación entre Emiliano y esa mujer.

Sin poder soportarlo más, me levanto y camino hacia ellos.

—¡Basta Madison! No quiero saber más, mantente alejada— dice en tono molesto, sin percatarse de mi presencia.

—Lo siento Doctor, no quise importunarlo—dice con la voz quebrada y se va.

—Quiero saber qué pasa Emiliano— expulsa el aire de golpe y me pasa un vasito de cartón con café.

—No es el momento—zanja mirándome a los ojos—dediquemos nuestras energías a Emille, el resto puede esperar—su mirada es dura, casi acusadora. ¿En qué momento se invirtieron los papeles?

—Bien— acepto sin más remedio, está en lo cierto, ante todo está mi nena. Es la prioridad.

Vuelvo a mi silla y espero.

Lo que Aprendí de TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora