Los humanos se cansaron de ser débiles y ordinarios.
¿Qué fue lo mejor que pudieron hacer?
Cambiar.
¿Pero qué es imposible alterar?
Un error.
Por eso existe Ginebra, por eso es una de otras tantas personas que siguen naciendo sin un don y por eso, t...
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A la hora de la verdad, la ciencia se asemeja más de lo que creemos a la magia.
Lo noto por cómo mi cuerpo, aun contra mi propia voluntad, empieza a pesar más de lo normal. Como si no fuese mío, como si yo no tuviese más poder sobre él. Pesado. Semejante a una piedra. Tenso los brazos detrás de mi espalda, pero no es algo que yo controle. La rabia empieza a subir por mi garganta a medida que una pierna cede ante la otra, dejándome de rodillas frente al resto de la clase. Mi cabeza se inclina hacia el suelo en un gesto que no controlo, como una rendición forzada. Trago la bilis del orgullo herido e intento gruñir, rebelarme, pero mis intentos se estrellan contra un muro invisible. No soy más que un cascarón vacío, una espectadora atrapada en mi propio cuerpo.
Las felicitaciones sobran, pero empeora a medida que empiezo a oír los aplausos de fondo.
—Excelente demostración, Sawyer. —La voz del profesor Signer retumba en mis oídos. Está satisfecho, palmeando la espalda de su alumno estrella, su favorito—. Tienes un don excepcional. ¿Puedes explicarnos cómo funciona?
Mientras más quiero luchar en su contra, menos poder tengo sobre mi propio cuerpo. El don de Sawyer se siente como un torrente invadiendo mis venas, el veneno en él no deja lugar a nada más que su voluntad, se filtra por mi sistema nervioso como un conquistador que me despoja de cualquier resquicio de autonomía.
—Puedo controlar a las personas, profesor Signer. Les quito del dominio de sus cuerpos, por lo que ellos me lo ceden a mí. —Sawyer habla con la misma suficiencia que muestra su sonrisa torcida, mientras yo levanto los brazos en círculos, moviéndolos como si fuera una marioneta en su espectáculo grotesco—. Soy como un intruso en su sistema nervioso, por decirlo de alguna manera divertida.
Sin previo aviso, levanto mi cabeza para verlos ahí, de pie frente a mí, analizándome como se investiga a un bicho raro, un espécimen atrapado en un frasco.
—Eres un parásito, Sawyer —logro escupir las palabras en un susurro, con cada palabra rasgándome la garganta como vidrio molido. Duele. Pelear contra esto duele.
El aludido sonríe, para luego acomodarse las gafas sobre el puente de la nariz. El profesor Signer, a su lado, enarca una ceja, ligeramente desconcertado..
—¿No controlas también lo que dicen? —farfulla—. Es una pena.
Sawyer deja caer un poco su cabeza, encogiéndose de hombros como si lamentara una falta menor.
—Realmente lo es. Tampoco puedo meterme en sus pensamientos, aunque sí soy buenísimo haciendo que se muerdan la lengua.
Antes de que pueda darme cuenta, mis dientes aplastan entre ellos el interior de mis mejillas. El sabor metálico de la sangre no tarda nada en hacerse sentir.
—Es suficiente. Déjala en paz. —El profesor pierde todo gesto de amabilidad en cuanto tiene que enfrentarse a mí, ahora sin un ñoño cualquiera controlando mi cuerpo.