Los humanos se cansaron de ser débiles y ordinarios.
¿Qué fue lo mejor que pudieron hacer?
Cambiar.
¿Pero qué es imposible alterar?
Un error.
Por eso existe Ginebra, por eso es una de otras tantas personas que siguen naciendo sin un don y por eso, t...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El aire se vuelve denso a medida que avanzamos. Cada paso que damos parece resonar con un eco de inquietud que recorre mis nervios. En toda oportunidad que me permito mirar a Jean, su rostro refleja la misma tensión que siento, esa inquietud que se convierte en una presión imparable, y que algo me dice que ni siquiera él es capaz de mantener bajo control. La ansiedad me quema por dentro aunque trate de controlarme.
Me encuentro frente al comienzo de las escaleras al último piso, y aunque nunca antes las había recorrido, sé exactamente hacia dónde ir. Los mapas que encontré me lo muestran todo, el problema es que nunca he visto este exacto lugar en persona, no había llegado tan lejos. Todo lo que sé es que el laboratorio de mis padres estaba en la cima antes de que este lugar se abandonara, y que ahí, justo ahí, hay algo mucho más grande de lo que puedo entender, algo que no puedo permitir que caiga en las manos equivocadas.
Jean sigue mis pasos con ambos ojos fijos en mí. Es como si ambos compartiéramos el mismo pensamiento: lo que hemos descubierto, lo que hemos empezado a comprender, no puede ser dejado al azar. Nadie puede enterarse de lo que estamos por hacer. Nadie puede saber que la única forma de acceder a ese lugar soy yo, aunque ni yo misma entienda completamente qué significa.
Las escaleras crujen bajo nuestros pies, y con cada paso, siento que el suelo mismo podría ceder. Un ascensor solía ser la vía rápida para acceder a este lugar, pero vestigios de lo que al parecer fue incendio, demuestran que lo dejó fuera de servicio, y ahora, estas escaleras deterioradas son lo único que nos queda. Al principio, los escalones parecen soportar nuestro peso, pero a medida que ascendemos, me doy cuenta de que no son de fiar. Algunos crujen con fuerza, otros están cubiertos de polvo y escombros. La estructura de este edificio parece ser una ilusión frágil, y el calor que emana de las paredes solo intensifica la sensación de que estamos caminando sobre un terreno que puede desmoronarse en cualquier momento.
Dejo libre al hilo dorado para que ilumine nuestro camino y me acompañe. Es una forma más de sentirme segura, al fin y al cabo. La luz cálida de su resplandor nos deja ver mejor nuestro camino, pero también me recuerda lo que está en juego. Trago con dificultad, sintiendo cómo el miedo se apodera de mis pulmones.
—No sé cómo preguntártelo, pero... —Jean murmura a mi lado, y su voz temblorosa me hace levantar la vista hacia él—. ¿Estás segura de esto, Ginebra? Nunca hemos estado aquí.
No puedo mentirle, pero tampoco decirle la verdad. No puedo decirle que tengo miedo, que no sé qué demonios estamos buscando, pero que lo necesitamos. Lo necesitamos con desesperación.
—Sí —respondo, aunque mi voz suena más firme de lo que realmente me siento—. Debemos llegar antes que ellos.
Las paredes que nos rodean parecen cambiar con cada paso que damos. La luz del hilo dorado apenas logra despejar la oscuridad de este lugar perdido y abandonado, pero, a medida que avanzamos, puedo notar algo extraño. La humedad en el aire, el crujido de las paredes, como si la estructura misma del Ala D estuviera cediendo finalmente, como si todo estuviera desmoronándose a nuestro alrededor.