PRIMERA PARTE

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EL SECRETO SALE A LA LUZ PARA SER DESTRUIDO

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EL SECRETO SALE A LA LUZ PARA SER DESTRUIDO

Posdata: el futuro no es tan lejano como se siente.

Tengo la teoría de que es infinitamente más sencillo disfrazar una realidad que no nos gusta en lugar de aceptarla.

¿Sabes cómo lo sé?

Vivo haciéndolo.

Si quieres hacerte una idea de lo que intento decir, visualicemos a una chica feliz siendo recibida antes de clases por sus amigos felices junto a una canción igual de feliz de fondo. Risas, chismes, lo típico que suele ocurrir cuando en todo te va bien. Esa persona especial a lo lejos que se acerca y te sonríe. Mariposas. El fenómeno llamado amor. Es la historia que a cualquiera podría gustarle, la normal que debes estar acostumbrado a escuchar.

¿Entonces cuál es el problema?

Que es falsa.

No es la mía.

Ni siquiera podría ocurrirme lo más básico de todo lo que dije si lo mantenemos como tal. Bueno, intentándolo se me cumple la primera parte, pero solo si sacamos el exceso de felicidad. Ah, olvidamos que tampoco tengo clases. No sé si podría volver o, en el peor de los casos, si aquel triste edificio que alguna vez me torturó tanto sigue en pie. También deberíamos sacar la parte de amigos. Los tengo, eso creo, pero no son ellos quienes me recibirían. Hasta es probable que a estas alturas estén muertos.

No hay nada que permanezca como tal, ya no queda posible realidad que se vea feliz o normal si no la cambio por completo.

Disfrazarla es lo único que me queda.

Pero también es una tortura, una que ya no me deja distinguir entre qué es real y qué es parte del disfraz.

Supongo que por eso estás leyendo esto, seas quien seas.

Para ayudarme a entender.

Mi vida era diferente antes de esto, era más parecido a lo que ahora anhelo de lo que me gustaría admitir. Casi no podría reconocerme a mí misma en ese estilo de vida, tan lejano como opuesto al actual.

Déjame explicarlo, aunque estoy segura de que debes saber de memoria lo que voy a contarte.

Durante siglos y siglos, la sociedad vivió deseando una particularidad que la ciencia terminó otorgándole como un caprichoso regalo camuflado de necesidad. El mundo en el que vivía se convirtió en una dictadura regida por un suero instalado en la sangre de las personas, cuyo efecto y único objetivo se reducía a explotar al máximo nuestras virtudes. Por eso cada uno de nosotros tenía una extraordinaria habilidad a la que pusimos el nombre de don. Funcionaba como las personas mismas, era diferente e irrepetible. Nos ayudaba a hacer cosas que simples humanos no podrían años atrás. Era perfecto, armonioso y funcional. Eso es la ciencia, al menos en apariencia: progreso.

Y funcionó. Al principio nos salvó.

Algo no tardó en fallar con el correr de los años. No se puede tener a diez millones de personas iguales si planeas que no sean idénticas, y no hablo de física ni psicológicamente. Me refiero a que, como estaba destinado a ser, en algunas personas el suero de los dones no surgió efecto. Dejó de funcionar, dejó de hacernos brillar.

Ahí es donde entro yo. Y digamos que alrededor de cien personas más.

Suena a un número bastante reducido, ¿eh?

Gracias a eso, éramos una especie de error para la ciudad.

Inferiores, débiles y al margen.

Carentes de lo necesario para ser alguien.

Vivíamos en una sociedad acostumbrada a la facilidad que le brindaba tener un don fantástico.

Esa era la norma.

Fuera de ella, estábamos el resto.

Excluidos sin la posibilidad de formar parte.

Ahora visualicemos a una chica débil y sin nada en particular en esa situación. Alguien en quien el suero científico no hizo efecto, un humano como los de antes que no tiene habilidades extraordinarias, rodeada de personas capaces de pintar los cielos con tan solo mover un dedo. Denle mi nombre, Ginebra.

Esa era yo, esta era mi realidad cuando todavía pensaba que no necesitaba un disfraz para ser mejor. O peor.

No esperaba que cambiase pero, de todas formas y cuando menos lo esperaba, lo hizo.

No esperaba que cambiase pero, de todas formas y cuando menos lo esperaba, lo hizo

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