CAPÍTULO 4.

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-Dios perdone su alma-la temblorosa voz aguda de su tía San Trina bien pudo reventar sus tímpanos. Cordelia dejó resbalar el plato ya servido a su tía, quien había llegado inesperadamente y de visita a los campos de amapolas, cosa que Cordelia no había tomado del todo bien. Era bien sabido que San Trina visitaba su hogar al menos una vez al año desde que su padre Agustín aún vivía. Pero que llegara, justo en ese momento, era una mala señal. También era bien sabido que San Trina no solo era inoportuna, también era entrometida.

Así que cuando rebuscó en el alajero de su habitación, con la excusa de un anillo perdido, y encontró la carta que Cordelia no quería mostrarle, San Trina comenzó a tejerse toda una historia de insultos, rememorando cosas que ni la propia Cordelia recordaba.

-¿Cómo se atreve ese impostor de hombre a decirte esa clase de cosas? Una esposa que le diera hijos, eso fue lo que debió de buscar...pero era obvio que no encontraría una buena mujer en esa cantinucha de mala muerte. No sabes lo mucho que agradezco que hayas desposado a un hombre como Zacarías. -San Trina pellizcó la comida, tintineando los cubiertos. Zacarias miró a Cordelia desde el otro lado de la mesa, y sus ojos le rogaron que no respondiera de mala manera. Porque también era bien sabido que San Trina no olvidaba. No al menos lo que le convenía.-Pedirte ayuda, vaya descaro.

-Aun no sabemos si lo haremos-respondió Cordelia, depositando en la mesa un plato frente a su esposo.

-¿Aún no lo saben? No me digas que lo están considerando.

-Lo hemos pensado...

Como siempre, su tía la interrumpió.

-¡Zacarias! No vas a decirme que dejarás a tu esposa con ese hombre.

-No la dejaré sola con "ese hombre". Iré con ella, si eso es lo que quiere.

-¡Qué insulto a la memoria de Agustín!

Cordelia contuvo el aliento. Tomó lugar junto a Zacarías y le lanzó una mirada cansada a la mujer.

-No hables de mi padre.

-Ese hombre...¡Sabes lo que hizo!

-Lo sé, y él no mató a mi padre-Cordelia dio un sorbo a su té.-Todos hicimos cosas.

-¡Muchacha insolente!

-Lo siento tía, no quería ofenderte.

-Yo...-era obvio que no dejarían a Zacarías hablar.

-Pues lo has hecho.

-Han pasado veinte años...

-¿Y crees que ha cambiado?

-Todos hemos cambiado.

-¿Y lo has perdonado?

Cordelia bajó la mirada. Zacarías descubrió que se estruja los dedos con violencia por debajo de la mesa. El hombre estiró el brazo y acarició con cariño y ternura las manos de su esposa. Zacarias intuyó que no era capaz de contestar.

-Es obvio que no-respondió San Trina-No estás obligada a perdonarlo, y mucho menos a ayudarlo.

Cordelia se encogió de hombros.

-Como he dicho, aún no lo decidimos.

-¿Zacarías?

-¿Sí?-preguntó el hombre.

-No has hablado. Dime qué opinas de ese hombre.

-No tengo nada qué opinar sobre él. Como todos sabemos, no estoy en posición. Le arruiné la vida.

-Hiciste lo que tenías que hacer-San Trina le regaló una sonrisa. Cordelia sintió la falsedad e hipocresía de esa mirada.

-No era lo que debía hacer-respondió él y cuando recordó, Cordelia ya se había marchado de la mesa, dejándolo solo.

Acompañado por la soledad de San Trina.

Acompañado por la soledad de San Trina

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CAMPOS DE AMAPOLAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora