—¿Pero qué crees qué haces Cordelia Tullie?
Zacarías irrumpió en sus oscuros pensamientos como un insecto que se quedase atrapado en una telaraña. Cordelia lo miró, sobresaltada, desde el piso tierroso que carcomía sus descalzos pies.
Hacía frío y una ráfaga de aire sacudió el vestido blanco que Cordelia llevaba. Ante los ojos del joven de dorados rizos, Cordelia parecía una bruja. Una divinidad de la naturaleza.
—¡Nada! —estaba exaltada, pero menos aterrada que extasiada. Lo que tramaba parecía divertido pero vergonzosamente estúpido.
—¿Qué es eso que tienes ahí? —Zacarías se arrodilló junto a ella, como un cálido y viejo amante que la pidiese en matrimonio con una sortija. Pero los dedos de Zacarías estaban desnudos, y Cordelia no le veía como un amante de los tiempos venideros.
—¡Aggg! detesto tu afán de entrometido—bufó ella y Zacarías le regaló una risita—¿Qué dijimos sobre no meternos donde no nos importa?
—Pero si me importa.
—¡Zacarías! —sonaba ofendida pero al muchacho no pudo importarle menos.
—¿Por qué estás sujetando papeles a las flores?
Cordelia se tornó de un intenso carmín. Abriendo los ojos como platos, dejó caer su mano sobre el brazo de Zacarías. Un estruendoso golpe por la mañana, como ramas entrechocando.
—¡Eres un entrometido!
—¿Le escribes cartas a las amapolas?
Había una docena de papeles pendiendo de un hilo en una fila de amapolas pulcramente organizado. El viento los elevaba y parecían mariposas otoñales emprendiendo el vuelo al exilio.
—¡No!
—¿Entonces?
Cordelia contuvo el aliento. Era su mala fortuna del día o de su vida en general. Ahora tendría que responderle, porque cuando Zacarías se interesaba en algo no había quién la ayudase.
—No te vayas a burlar, Zacarías.
—No, cómo crees.
Delia asintió pesadamente, preparada para afrontar las ridículas risas de su amigo.
—Son cartas para Silverio—dijo ella de golpe—Para que me encuentre.
Zacarías, lejano a los pensamientos burlescos de Delia, no rio, ni siquiera sonrió. En su rostro había una confusión tal, que Cordelia se sintió peor a que si se hubiese reído de ella. El silencio era apabullante y hería más.
—Delia...—susurró él, no entendió por qué había tristeza en el tono de su voz. Un susurro que arrastraba el viento—¿No crees que pudo haberte buscado ya? sabe dónde vives, si le interesaras de la misma forma en la que te interesa él, estaría bajo tu ventana a cualquier hora del día.
—Sí, pero no sé, no quiero perder la oportunidad de...
—¿De qué?
—De conocerlo.
—No me parece que él quiera conocerte.
—¿Por qué intentas frustrarme?
—Sólo quiero decirte la verdad.
—No lo conoces—bufó Delia, retomando su tarea. Dedos temblorosos sujetando los pétalos de cartas blancas.
—¿Y tú sí?
—Planeo hacerlo.
—Va a romperte el corazón. —sus palabras parecían un desesperado intento por hacer que Delia parara. Y lo hizo. Se levantó de golpe del suelo, hundiendo sus descalzos pies en el barro.
Zacarías la sujetó, temeroso de que resbalara.
—No digas esas cosas. —susurró Cordelia, sujetándose las faldas sucias del vestido blanco—Nadie está hablando de enamorarse.
—¿Entonces este afán de encontrarlo es para que sea tu amigo? —los rizos dorados, perforados por los rayos del matutino sol de Zacarías, revolotearon cuando Cordelia se apartó de él y emprendió la marcha a su casa: una monstruosidad de madera pulcramente ordenada gracias a ella, pues su madre había muerto cuando Cordelia comenzaba a cuestionarse ciertos temas. Como el amor.
—De verdad que este tema no debería importarte.
—No, no debería.
—No.
—Tal vez debería marcharme.
—Sí, tal vez deberías buscar a la sobrina de los Bales.
—Ella no tiene nada que ver en esto.
—La acompañaste a la escuela.
—Ya te dije que fue un malentendido.
—Los malentendidos no existen.
—Delia...
—No me interesa.
—¿De verdad? ¿No te interesa en lo más mínimo.
—No. En lo más mínimo.
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CAMPOS DE AMAPOLAS ©
RomanceUna carta enviada 20 años después del suceso que separó los caminos de sus vidas. Cordelia Tullie es una mujer casada que recibe la carta de su primer y viejo amor con la noticia de que necesita de su ayuda, obligándola a viajar al pasado de miles d...