Cuando regresó a los campos de amapolas, un par de días después de conocer a Cordelia, llevaba en su bolsa de viaje un par de libros y sus lápices de dibujo. Junto a los campos había un pequeño páramo con una banquita de madera. Las copas de los árboles fungían como un cielo de hojas. La luz del sol las penetraba lo suficiente como para que Silverio pudiera vislumbrar sus trazos y sombras de carboncillo.
Estaba tarareando una canción y fingiendo que prestaba atención a su tarea, pero lo cierto era que otra tarea lo mantenía distraído: el sonido de pasos, el crujido de las hojas o una risita chisporroteante. Cualquier cosa que le indicara que Cordelia había vuelto y que pasaba por ahí. La ansiedad lo consumía por completo.
No, no le gustaba Cordelia, no estaba enamorado ni mucho menos, aún así no sabía explicar la razón de su presencia silenciosa aquel día en específico.
Dibujaba y dibujaba, trazaba círculos y líneas y triángulos y no se daba cuenta de que volvía a dibujarla a ella. Era un acto inconsciente. Su mano fluía, como si fuese su misma alma quien desplazara el carboncillo. Tal vez así era. Tal vez no, lo único que sabía era que volvía a hacerlo.
Estaba rodeado del murmullo de los cantos de cientos de pájaros, del ronroneo de las hojas, del sonido de las aguas que se arrastraban en el lago. Incluso, en la lejanía, le llegaba el susurro del tren, desde la ciudad de Camadorea a más de veinte kilómetros. Sus sentidos se habían agudizado por la adrenalina del segundo encuentro.
Podría afirmar que nunca había sentido algo parecido. Nunca había sentido lo que sintió cuando por vez primera sus ojos encontraron los de Cordelia.
Tampoco había probado sentimiento tal como el que vivió segundos después. Fue como un golpe en el estómago, un empujón al acantilado tras campos de amapolas.
Lo primero que escuchó fue su voz. Hablaba sobre algo que había estado escribiendo recientemente. Algo como una joven que se enamoraba de alguien muerto incluso antes de que ella naciera.
La realidad lo azotó cuando se dio cuenta de que no hablaba sola. Iba con alguien mas, y cuando los vio, en la distancia, encontró a otro joven caminando junto a ella. Un joven con largos y alisados cabellos rubios.
Silverio entreabrió los labios y sus manos comenzaron a temblar. El carboncillo se le cayó de los dedos, lo recogió y aun así no se dieron por enterados. El joven lo agradeció en silencio, no hubiese soportado tal humillación.
Las palabras de su madre se repetían incesantemente. Qué tonto había sido al creer que una Tullie se fijaría en él. Su madre tenía razón. ¿Con qué vergüenza le diría que se había equivocado? Había subestimado a una niña rica y ésta había hecho lo que las niñas ricas hacían: salir con niños como ellas.
Había sido más que un tonto, había sido un iluso al creer que podía desafiar las leyes de la naturaleza.
Con la dignidad quebrantada, tomó sus cosas y se marchó de los campos de amapolas.
No le gustaba Cordelia, no la amaba y nunca lo haría.
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Ay Silverio tan inmadurin😭🔫
Espero les haya gustado, bonito martes hijitos de Lucifer
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CAMPOS DE AMAPOLAS ©
RomanceUna carta enviada 20 años después del suceso que separó los caminos de sus vidas. Cordelia Tullie es una mujer casada que recibe la carta de su primer y viejo amor con la noticia de que necesita de su ayuda, obligándola a viajar al pasado de miles d...