CAPÍTULO 10

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— ¡Oh Kat!— fue lo primero que dijo cuando la mujer abrió la puerta: una superficie de madera pulida y barnizada, tallada con petunias y begonias, emblema representativo de sus propios campos verdes azulados.

— ¡Cordelia! ¿Pero qué te sucede? ¿Está todo bien en Campos de amapolas?— Kat la sujetó del antebrazo y la ayudó a entrar al vestíbulo. Los cristales del candelabro reflejaron sus brillos diamantados en las mejillas de Cordelia.

— ¡No! ¡Ese hombre va a acabar con mis pobres nervios!

— Ay Cordelia, pero Zacarías es el hombre más tranquilo que he visto en mi vida— Kat ayudó a Cordelia a tomar asiento en su pequeña sala del té.

— No hablo de Zacarías, Kat.

El rostro de su amiga palideció, como si su sangre hubiese viajado al pasado, abandonándola por completo. Rostro y ojos mostraban absoluta sorpresa y confusión.

— ¡Jeremiah! — llamó Kat, e inmediatamente acudió a la sala su mayordomo— pide a Sor que traiga el té.

Jeremiah asintió y regresó por donde había entrado.

Guardaron silencio hasta que el té fue servido, pero no porque hubiesen querido, sino más bien porque ambas estaban enfrascadas, atoradas veinte años en el pasado.

—Es Silverio.

Kat soltó un suspiro.

—Creí que ese tema había quedado en el pasado.

— Creí lo mismo, pero escribió una carta, pidiendo mi ayuda. Algo malo le sucede, pero no he reunido el coraje suficiente para ir a verlo.

—¿Y de verdad quieres hacerlo? ¿quieres desenterrar el pasado?

— Ese es el problema Kat, creo que no lo he enterrado. No adecuadamente.

—¿Crees que has sanado, después de todo?— su pregunta era honesta. Cordelia la miró un momento y se encogió de hombros.

— No... quiero decir, amo a Zacarías, lo he amado toda mi vida. No quiero decir que ame a Silverio, es solo que...

— Te hizo mucho daño, lo sé.

— ¿Crees que merezca mi ayuda, después de lo que ha hecho?

— Creo que era un muchacho enamorado que no supo manejar sus sentimientos. Todos cometemos errores Cordelia, hasta tú y yo.

— ¿Crees que sea un error abandonarlo?

— Creo que sólo podrías enterrar el pasado si cierras esa herida.

Cordelia dejó de tamborilear los dedos sobre la taza, efecto secundario de la ansiedad, y dio un sorbo a su té. Sus pensamientos la llevaron lejos, y en su mente apareció el afilado rostro de un fantasma, un rostro juvenil con grises ojos tristes y desolados. El rostro del pasado, podría decir Cordelia.

— No debió pedirme matrimonio— susurró ella, encontrando dichos ojos grises en la oscuridad de sus memorias.

— No debió pedirme matrimonio— susurró ella, encontrando dichos ojos grises en la oscuridad de sus memorias

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Nos leemos el otro lunes con una Cordelia 20 años más joven<3

CAMPOS DE AMAPOLAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora