Epílogo

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La pequeña caja de terciopelo fue mecida descuidadamente por su mano mientras su mirada gatuna se concentraba en analizar los números del último proyecto que supervisaba. Era septiembre, el cumpleaños de Jungkook. Su mirar dejó de atender y regresó a su escritorio, al portarretrato que lucía elegante una imagen del día de su boda. El castaño que sonreía feliz tomado de su brazo irradiaba calidez y en el brillar de sus ojos podía notar la confianza y el optimismo del futuro por venir.

Los días que Kook había aprendido a amar siempre le provocaban el mismo nudo en la garganta como el que en ese momento le impedía hasta tragar. Un par de golpes en la puerta lo trajeron a la realidad.

—Jefe, me retiro. Apenas hay gente por aquí—Wonho sonrió confianzudamente al asomarse—¿Algo que necesites?

Yoongi negó—¿Estarás en la noche?

El omega le guiñó con coquetería—No me lo pierdo por nada. Adoro ver tu lado romántico.

Él resopló.

—Solo bromeo. Estaré puntual como siempre.

Una vez que la puerta se cerró volvió su vista al portarretrato. Lo tomó al tiempo que se ponía de pie. Siete años pasaron luego de haber visto a Jungkook angelicalmente vestido de blanco. El traje romántico y su aura dulce apaciguaron el nerviosismo que lo mantenía con los puños apretados ese día. Un delicado bulto apenas visible lucía bajo el traje y él desde entonces caminaba precavido, resguardando en su cuerpo la vida que habían engendrado desde el amor que se tenían. Se había encaminado a él mirándolo con la ternura que siempre codició.

Le había regalado la vida que no merecía.

El teléfono sonó y tuvo que revisarlo. Era un texto de Seokjin, había llegado.

Caminó afuera con la convicción que lo movía día a día. Salió de su oficina y se despidió de las pocas personas que aún se encontraban en ese piso, de la que algún día, fue únicamente la constructora de su familia. De su padre. Ahora, la oficina en cuya puerta se leía el nombre de Jeon Yugyeom, le recordaba la cantidad de cosas que habían cambiado. Antes, era impensable.

Posterior al estallamiento del escándalo por corrupción que empañó el prestigio del apellido Jeon, la familia había sufrido un quiebre entre la cabeza y el resto de sus miembros. Jihoon había cargado con la vergüenza y los cargos penales, los cuales, a punta de una pequeña fortuna pagada a despachos legales, habían ido disminuyendo al grado de desaparecer. La pérdida de confianza golpeó tanto en ellos que incluso su funcionamiento se vio debilitado; lo que alguna vez fue un imperio multinacional se había visto reducido a ser solo la cuarta empresa constructora de la región. El golpe moral de su suegro al ver esto había sido tal que, del hombre imponente a la vista, solo quedaban escasos rasgos.

Con una mano dentro del bolsillo, apretando la cajita de terciopelo, Yoongi esperó a que las puertas del elevador se abrieran. Apenas lo hicieron, una veloz niña lo pasó de largo.

—¡Hyori! ¡Con un demonio!—le gritó la mujer que lo acompañaba.

—¡Ah, hola tío Yoongi!

Éste le sonrió a la chica de no más de siete años.

—¡La vista al frente!—le dijo. La niña de pelo negro alcanzó a esquivar astutamente el escritorio que se atravesó a su paso y siguió su camino directo a la oficina de su padre.

Wendy se detuvo junto a su primo.

—Algún día se romperá un brazo y estaré feliz de reprenderla—comentó a modo de saludo.

—No parece que eso vaya a suceder.

Ella sonrió divertida, cansada de mantener un semblante serio.

—Lo sé. Heredó de su padre la buena fortuna en todo.

Consecuencias «YK» Donde viven las historias. Descúbrelo ahora