Prólogo

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"No sé si te escribo esto porque ahora mismo no te tengo a mi lado o porque ya nunca te tendré."

Esa fue la primera línea que anoté en la hoja de cuaderno que Noe me había dado sin saber siquiera si ella lograría leerla. Suelto mi pluma con pesadez y alzo la mirada observando como en cada rostro distorsionado de los desconocidos a la lejanía formaban el rostro de ella, ese rostro que por años permaneció a mi lado con calidez y que ahora parecía venir sólo a atormentarme.

—¿Estás lista? El vuelo sale en una hora.

—Tengo tiempo...— dije resignada sacudiendo mi cabeza, como si con eso sacudiera mis pensamientos. Miro la pantalla donde se encuentran los horarios de los vuelos y vi que el mío saldría en una hora y veinte minutos —tengo tiempo...— vuelvo a repetir, esta vez para mí misma.

"No sé tampoco qué estés haciendo en el momento en este en el que estés leyendo mi carta, pero lo que sí sé es que cuando eso suceda yo ya no estaré en la habitación contigua, ni en el baño, ni en la cocina. Tampoco estaré esperándote en la sala como lo hice por muchos años."

—Becky, oye— escucho mi nombre como un eco lejano debido al volumen de mis auriculares —Becky... ¡Becky!— aunque ya me encontraba ignorando de forma consciente el llamado, fue difícil hacerlo una vez que Noe me comienza a sacudir del hombro —te pasaste más de cuarenta minutos mirando la hoja de tu cuaderno. Ya no hay tiempo, es hora.

¿Ya era hora? Pero si sólo tomé la pluma unos minutos. Ni siquiera le he escrito lo que siento, o lo que pienso, o lo que hago en este momento. Ni siquiera recuerdo las últimas palabras que le había dicho la noche anterior. ¿Qué había sido? ¿Que la odiaba? Sí, bueno, no sería nuevo. Días atrás le había dicho lo mucho que odiaba tenerla cerca, lo molesta que era su voz, su insoportable olor, su estúpida mirada...

—¡Becky!— ya no tengo tiempo. Arranco la hoja de mi cuaderno y la doblo torpemente antes de entregársela a Noe y abrazarla con fuerza. Jamás pensé despedirme de ella. Ninguna de las dos sabíamos cuándo nos volveríamos a ver, quizá por eso el abrazo duró tanto —¿quieres seguir con el plan?— me preguntaba con lágrimas en los ojos aún sin soltarme y yo sólo alcanzaba a asentir con la cabeza.

Mientras Noe guardaba la carta en su bolsillo no podía evitar sentir una carga de arrepentimiento apoderarse de mí. Un deseo enorme, pero controlable, de cancelar todo y regresar a casa con ella. Limpié las lágrimas que se me escaparon y tomé mi maleta para comenzar a caminar hacia la fila de abordaje.

"Ojalá no fueran las 4 a.m. parada frente al espejo diciéndome a mí misma: "sabes que tenías que hacerlo".
Sé que lo más valiente que hice fue huir."

Y esa era la última estrofa que mis oídos escucharon antes de que el avión despegara y pudiera ver por la ventanilla a Noe agitando su mano, despidiéndose de mí.

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Eras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora