Cap 아홉

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La labor de la fundación y su alcance me parecieron, por mucho, la mejor opción de las que había escuchado hastal ese momento. Contando incluso con las de otros países de esta región de Asia, hay pocas que hagan un trabajo tan completo y en la que colabore gente tan joven. Aun así, y aunque era yo quien finalmente tomaba la decisión (y ya la había tomado), opté por no darle una respuesta en ese momento y mejor consultarlo con mi padre. Al final sería él quien firmara el cheque.

-Dame un par de días y te tengo una respuesta -le dije- Pero quiero que sepas que de verdad me voy convencido de que la tuya es una gran labor.-

-La nuestra -me corrigió-

-¿Cómo?

-Nuestra labor-me dijo señalando a Lia-. Todos somos parte de ella.

-Sí, claro, a eso me refería -le precise. A la hora de despedirnos lo noté como si tuviera prisa por marcharse. Lia, bendita ella, me ofreció su teléfono personal, escrito en el reverso de una tarjeta de presentación, por si me surgía cualquier duda. Yo tomé su tarjeta y la guardé en el bolsillo interior de mi saco, de donde estaba seguro que no la sacaría jamás.

De regreso en mi oficina me puse a hacer los números que le presentaría a papá. Trabajando frente a mi computadora me ganó la curiosidad por entrar en las redes sociales a buscarlo. En un principio la busqué por su nombre: Lee Felix. Lee no es un apellido muy común, por lo que me sorprendió toparme con que había más de cincuenta opciones con ese nombre y apellido, algunas sin foto, sólo en mi círculo cercano. Entonces decidí buscarla por medio de la página de la fundación. Después de encontrarla, me tardé unos minutos en decidirme a presionar el botón de solicitud de amistad. Por un lado, se podrían malinterpretar las cosas en cuanto a nuestra aportación para su fundación, y de ninguna manera quería que eso pasara. Por el otro, y éste fue el razonamiento que al final ganó, no le vi nada de malo a agregar a mi lista de conocidos a alguien con quien ya existía una relación laboral. Así que, bajo esa premisa, decidí presionarlo.

Narra Felix:

Como reaccionaria si algún día fuera testigo de semejante atrocidad.

Tenemos una casa en otras dos ciudades del país; en una tercera ciudad contamos con dos centros. De los ochenta y cuatro inquilinos de esta casa, veintisiete son niños y cincuenta y siete son niñas. Tengo el privilegio de conocer a todos por sus nombres. La casa es administrada por la madre Hana, una monjita que está en la fundación desde sus comienzos, hace diez años. La casa funciona prácticamente como un internado. En ella los pequeños reciben un hogar, educación, alimento y cuidados médicos. Atendemos a niños y niñas desde los dos años hasta los quince; aquí pasan la etapa más importante de sus vidas y salen preparados para el mundo al que se enfrentarán.

Ese día pasaron a ser ochenta y cinco, cuando llegó una pequeñita llamada Sana. La pobre chiquita acababa de salir del hospital, después de haber estado internada a consecuencia de una golpiza que le propinó su padrastro cuando, según la declaración que dio en el Ministerio Público, la niña no dejaba de llorar. Sana tenía apenas tres años.

Estaba en plena sesión de cantos y juegos cuando recib un correo que confirmaba que teníamos un nuevo benefactor. No pude sentirme más feliz. Me reuní con Hyunjin dos días después, en esta ocasión fue en mi oficina. Tan pronto se firmaron los papeles, nos en tregó un cheque por una cantidad que superaba, por mucho, nuestras expectativas.

-Agradecemos infinitamente su generosidad, señor Hwang -dijo la directora- Su donativo nos brinda la oportunidad de crecer y ofrecer sustento a los que más lo necesitan.

-No tiene nada que agradecer. Estamos convencidos de que la labor que ustedes hacen es indispensable. Estamos felices de poder ayudar a que lleguen a más niños en todo el pais. Es un privilegio para nosotros poder formar parte de este proyecto-

Sus palabras provocaron que se me erizara la piel.

Después de que se marchó de las oficinas pensé que no lo volvería a ver hasta la siguiente cena de gala anual No fue así.

Dos semanas más tarde acepté ir a una cita a ciegas con un primo de Han, un buen amigo del colegio. Fuimos al cine. Puedo decirlo, sin temor a equivocarme, que el peor lugar para una cita a ciegas es una sala de cine. Dos horas y media que duró la película sin vernos las caras, dos horas y media sin poder hablar. ¿Cómo conocer a una persona cuando no puedes ni siquiera entablar una conversación? Es como cuando te vas de festa y terminas gritándote con tu cita sin poder escuchar nada.

Después del cine nos fuimos a cenar a un puesto de tapas de chorizo y jamón que está cerca de la plaza principal. De camino al lugar llegué a la conclusión de que haber pasado dos horas y media sin comunicarme no había sido tan malo. Lo digo porque Won-young, mi cita, resultó no ser tan agradable como me lo habían presumido. Tenía unas ideas y una forma de pensar tan retrógradas que hasta creí que hacía sus comentarios de broma: cuestionó mis intenciones de estudiar una carrera, con el argumen to de que estaba lo suficientemente lindo como para en contrarme un marido con dinero. Después de que dijo eso, esperé varios segundos a que llegara la carcajada. Nunca llegó. Luego de dos o tres comentarios similares, estuve a nada de pedir un taxi y dejarlo hablando solo. No lo hice por educación, y porque aguantarme era la diferencia entre regresar a casa después de cenar algo muy rico o irme a dormir con hambre..

Durante todo ese tiempo no pude evitar pensar que aquella experiencia sería un excelente tema de conversación para mi cita con Miyeong al día siguiente.

Miyeong es mi terapeuta, doctora en psiquiatría; comenzamos a vernos hace casi ocho años por lo menos una vez al mes. Antes de Miyeong veía al doctor Jun, pero decidí dejar de ir con él porque me hacía más mal que bien. Tenía la costumbre de recetarme una lista de pastillas que nada más me aletargaban y no atacaban el problema de raíz. Con Miyeong encontré un apoyo invaluable: alguien ajeno a mi sabía por lo que yo estaba pasando. Cuando entiendes que no eres la única persona que libra una batalla contra el tipo de enemigo silencioso y desconocido que es la depresión. sabes que al menos hay una esperanza.

Hasta la fecha todavía tengo miedo de que alguna vez vuelvan esos síntomas: aumento de las palpitaciones, sentimiento de vacío, sudoración excesiva de las manos, ansie- dad al sentir que estás atrapada dentro de tu propio cuerpo, y lo peor de todo, la sensación de que el aire que respiras no te llena los pulmones. No tengo enemigos, pero si lo tuviera, no les desearía ni una cuarta parte de todo esto tan horrible.

Me gusta pensar que no toda mi vida fue así, que en al gún momento fui una niño feliz, pero no tengo recuerdos de mi niñez, y no tengo a nadie que me ayude a revivirla. No conocí a mis papás, ni tengo información sobre ellos. No sé si viven o no, y no tengo idea de por qué me abandonaron Ni siquiera puedo imaginar cómo eran fisicamente. Nunca, al pensar en ellos, he podido ponerles un rostro o algo que los identifique. Es como si nunca hubieran existido,

No me pierdo por nada mi cita mensual con Miyeong. y es que cada vez que termina nuestra hora siento que salgo de allí un poco renovado, con nuevas ideas y ganas de comerme al mundo. En los últimos meses, Miyeong ha hecho el comentario de que salir con chicos es una buena idea..

-Con esto no quiero decirte que las hombres necesitamos forzosamente a los hombres para ser felices dijo. Pero el día que te encuentres con ese chico que te ponga los pies de cabeza, entenderás por qué el amor cura el mal del tuerto.

-¿El mal del tuerto?

-Sí. El mal del tuerto, ese que te hace ver un solo lado de la vida, y no te permite mirar el panorama entero. Cuando ves la gran imagen, entonces puedes decidir qué sí y que no te sirve para ser feliz.

Esas fueron las palabras que me convencieron de acep tar la cita a ciegas con Won-young. Vaya ironía.

Continuará

세 가지 약속 "Hyunlix"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora