Una mujer que solía conocer.

111 8 5
                                    


Karina se levantó con los ojos llenos de lágrimas, mientras era escudriñada por la mirada inquisidora de las personas que había considerado sus hermanos y hermanas, personas con las que había compartido sus alegrías y sus momentos difíciles, al mismo tiempo que escuchaba el duro juicio de los ancianos que insistían una y otra vez en recriminarle los actos que como esposa había omitido. La comida caliente en la mesa, la ropa limpia en el cuarto marital, la obligación de los hijos a la asistencia dominical y la osadía de usar una falda tan sólo un poco por debajo de sus rodillas. Su cabello era negro y largo, hermoso, aunque estaba recogido en un complejo moño que se había anudado en un listón negro, que terminaba con sencilles en un moño sencillo. Su maquillaje era discreto y natural casi inexistente y su blusa estaba cubierta por un suéter sencillo en un color horrible que no le gustaba y que era obligada a usar por su marido, quien se encontraba en otro extremo del salón del reino, custodiado por hombres y mujeres de su comunidad.

Nancy miraba con una fascinación temerosa, el cómo la mujer con la que había compartido sus actividades, en el salón del reino, en su vida como esposa devota y como madre, se levantaba con un dolor en lo profundo de su pecho. Nancy había servido como soporte emocional en los momentos más duros y frustrantes de la vida matrimonial de Karina, la asistió la primera vez que Francisco, su esposo la había golpeado por la omisión en su deseo sexual, era sencillo, Karina, no se sentía más atraída por el cuerpo deforme de su esposo, con ese abultado abdomen, con esa cara redonda de barbas irregulares y aunque muchas veces se había forzado así misma en aceptar las demandas sexuales de su marido, Karina, no tenía la voluntad o amor de soportarlo más. Nancy entonces se había transformado en un escape emocional para los problemas de un matrimonio, que no eran mejor que el de ella, pero que, con cierta frecuencia, la hacían sentirse agradecida de que su esposo, Julián, no fuera un hombre descarado en sus aventuras, como si lo era Francisco. Ahora que Karina estaba de pie expresando los golpes, las humillaciones y el descaro de su congregación al darle la espalda en el doloroso proceso de divorcio, Nancy sólo pudo orar porque Karina encontrara refugio junto a dios.

---- Hermana, por favor, debes mantener la compostura en la sala de dios---- Reclamó el Anciano, encargado del salón del reino, un hombre en la veintena, que había recibido el título de anciano, después de haber dedicado su vida, pasión y estudio a comprender y compartir las enseñanzas de la biblia de su religión.

---- ¡No me voy a callar!---- Gritó Karina y estremeció la presencia de los niños, las mujeres y algunos hombres que estaban presentes en el salón, observando el arrebato inquisidor de una mujer que todos habían juzgado desde tiempo atrás---- Me dejaron sola, sola cuando más necesitaba de mi congregación, me he ido caminando sola a mi casa, con mi hijo en brazos, bajo el cruel tormento del clima, porque ninguno de ustedes ha tenido compasión de una mujer, que entregó su vida, al marido que le escogieron y que nunca han tenido la delicadeza o la humanidad de preguntar por mi entereza, por si estoy bien o si mi hijo ha comido. Les di todo lo que tenía y nunca han sido para acercarnos un plato de comida, por eso es que quiero dejarles muy en claro, algo. Ustedes no me están expulsando de su congregación, soy yo, la que está renunciando a sus abusos, a su hipocresía, a su mal interpretación de la biblia, a las palabras dolorosas, a las acciones rencorosas y me voy, porque no puedo ser más parte del abuso doloroso de un adoctrinamiento, que no se tienta el corazón, con una mujer bondadosa, que hizo todo para cumplir con las encomiendas de sus ancianos, porque nunca me pude vestir, bailar o cantar como mi corazón lo pedía, porque ustedes ven el diablo en aquello que no comparten y ahora entiendo que es por la perversión de sus almas y son ustedes los que están enfermos y no yo---- Karina, salió con su hijo de la mano, por las puertas del salón del reino, mientras las personas en su interior se miraban unas a otras en una confusión honesta, pero que no terminaría en nada. El anciano en la veintena, levantó la voz, dijo el nombre completo de la mujer y anunció su expulsión de los testigos de Jehová, invitando a todo el mundo a orar una última vez por el perdón del alma pecadora de una mujer que cubierta en la ignorancia satánica, dejaba la única y verdadera religión de lado.

La Amante del Príncipe: La Mujer de dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora