Déjame ser, tú puta

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Nancy estaba nerviosa en las afueras del cine de una plaza comercial un tanto lejana de su ciudad natal, su semana de libertad estaba por acabar y no podía agradecerle más a la vida, por lo que había podido disfrutar en esos días de la mano de un hombre, que todos decían que no convenia, pero que, para ella, era una especie de salvador de una vida monótona y aburrida. Nancy había aprendido a gran velocidad a transformare en una mujer que no sabía que podía ser, usaba una peluca de color rubio opaco sobre el maquillaje natural que con tanto esmero se había apremiado en aprender, para disimular su presencia ante los ojos chismosos de las personas que la pudieran reconocer. Había aprendido a solicitar ropa sin quitarle las etiquetas para poder usarla una sola vez y luego regresar a su disfraz de Nancy, aunque a veces tenía que usar todos sus recursos y experiencia lavando y planchado ropa de los hermanos y hermanas de la congregación para poder quitar las manchas de la ropa cuando la pasión se desbordaba. En poco tiempo Nancy comenzaba a dejar de ser capaz de reconocerse en el espejo, no por el cambio físico, no por usar una peluca falsa para ocultar su cabello natural, no por usar un maquillaje casi profesional. Aquella Nancy, que le regresaba la mirada desde lo profundo del espejo, tenía una sonrisa, una gran sonrisa en el rostro y eso era algo que la mujer que era, no sabía reconocer. Nancy se miró el rostro, tocaba sus mejillas y no supo en que momento se transformó tanto.

Cuando la cita en el museo de historia natural terminó, El Príncipe llevó a Nancy a casa, que se sentía exhausta y estaba apenada por mojar el asiento del Príncipe, sin embargo, en el camino, aquel hombre de cabellos negros y mirada amable le entregó una libre negra en mitad del trayecto.

----Debes colocar aquí, todos tus deseos, las cosas que te gustaría hacer y una vez que los tengas veremos que cosas podemos cumplir y cómo hacerlo. A eso le llamamos: Los deseos de la reina

Explicó el hombre mientras manejaba con precaución sobre las ahora ya no tan ocupadas calles de la ciudad. Nancy miró la libre y le dijo que así lo haría, una vez que llegaron a su casa, aunque lo cierto es que a Nancy le apenaba un poco su domicilio en una colonia un tanto olvidada de la ciudad. A pesar de ello, una vez que entró se sintió agradecida por la hora, así no habría vecinos chismosos en los alrededores. Nancy se sentó en un sillón viejo de color rojo y se quitó, las botas, después las medias rotas y fue entonces que se dio cuenta de la gran cantidad de fluido que estaba saliendo de su cuerpo, por un momento se espantó, aquello no podría ser normal, se olfateó los dedos y se dio cuenta de que olía a sexo y orina. Se retiró la tanga que usaba y también estaba empapada, pero no había rastros de sangre, que por un momento fue el temor de Nancy. La mujer entonces se dirigió a prender su baño, mientras se desnudaba lentamente, para posteriormente dejar que el agua la relajara por completo en un momento que entendió finalmente como completamente suyo y eso era algo que necesitaba desde hacía un tiempo atrás.

A la mañana siguiente se despertó aún adolorida por la experiencia con el Príncipe, pero no necesitaba levantarse, al menos no todavía así que permaneció en la casa completamente sola y desnuda sobre la cama. El flujo vaginal había disminuido, el sueño que tenía había sido realmente delicioso, pero necesitaba continuar con sus actividades, sólo tenía 6 días para disfrutar de ser ella misma y necesitaba aprovecharlos al máximo. Bajó en búsqueda de la libreta que le dio el Príncipe y observó la leyenda escrita en la primera página: "Los deseos de una reina" Nancy pasó sus dedos por el borde de las letras intentando sentir algún relieve pero no había nada en ellos, así que permaneció un rato mirando la libreta ensimismada en sus pensamientos, hasta que repentinamente tomó una pluma de tinta roja y tachó el titulo de la libreta y escribió en mayúsculas con una linda pero oxidada caligrafía: "Los deseos de una puta" aquello la hacía sentir mejor, no era algo que pudiera explicar en aquel momento, pero se sentía más sincero. En su vida, a lo largo de los años las personas siempre la habían visto de forma cruel y la habían juzgado por sus gustos e inquietudes, así que el rol de una reina, poderosa, empoderada y sobre todo bella, no la hacían sentir como si realmente fuera ella, así que determinó que lo mejor que podía ser era aquella mujer que nunca la dejaron ser, una mujer libre y si para ello debía de ser una puta, eso sería lo que iba a ser. Tendría siete días y en siete días sería una puta, para después regresar a ser la mujer de dios que debía ser. Para ello, revisó la libreta, había toda una sección de los retos de la reina, tríos, intercambio de parejas, sexo con personas del mismo sexo, sexo en lugares públicos, sexo anal, cunnilingus y una lista de deseos bastante perversos, como amarrarla a una silla o a la cama. Sorprendentemente Nancy no se sintió ofendida o presionada, era una curiosidad que se extendía por su cuerpo de forma delirante y que la emocionaba, la emocionaba imaginarse sentir su cuerpo en todas las posiciones que describían aquellas libretas y en cómo se sentiría si cumplía con toda aquella lista. Marcó el número del Príncipe, estaba lista, se sentía lista, quería vivirlo todo sentirlo todo, experimentarlo todo y no quería desperdiciar ni un solo instante de su vida ahora.

La Amante del Príncipe: La Mujer de dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora