Ese era su mundo, ese pequeño espacio entre los árboles del bosque, un pequeño claro que se encontraba entre los altos abetos que se alzaban su alrededor. Siempre habían estado solas, pues según lo que le contó su madre, su padre abandonó este mundo a causa de las crueles y oscuras almas que lo pueblan, antes de que tuviera la bendita fortuna de cargar con su pequeña princesa en brazos.
Una pequeña choza de madera, que desde luego había visto días mejores, era el único elemento que rompía la monotonía del paisaje de hierba, arbustos y árboles. Eso, y la pequeña y perceptible masa de tierra al lado de aquella sencilla construcción, el lugar donde ella descansaba.
No era la mejor tumba del mundo, ni por asomo, pero...¿que se podía esperar de ella, quién tuvo que encargarse de enterrar con sus menudas y pequeñas manos a su propia madre, cuando la enfermedad que tanto tiempo la había estado debilitando finalmente ganó la batalla y la hizo expulsar su último aliento?
Y por supuesto, nadie vino a ayudarla o llorarla con ella. Es muy probable que aquellos cuyas vidas transcurrían no tan lejos de allí no siquiera supieran que había fallecido. También, probablemente no hubieran venido de saberlo. O a lo mejor lo sabían, y simplemente, les traía sin cuidado. En su infantil pero atribulada mente, era mejor pensar eso que aceptar la cruel realidad de saber que se alegraban de su muerte y que nadie, absolutamente nadie, movió un músculo para tratar de sanarla o como mínimo, aliviar su sufrimiento.
Ello, en el fondo, le había hecho sentir algo que no llegó a percibir aún cuando ella y su amada madre eran expulsadas de la cercanía de los demás bajo lluvias de piedras y basura: Odio. Su madre siempre fue buena y jamás les hizo o deseo ningún daño, aún cuando eran tan crueles con ella.
¿Entonces, por que desear su muerte? ¿Solo por lo que eran, solo por el simple hecho de tener esos cuernos que decoraban su cabeza? Su mente infantil no entendía por qué odiar a alguien por el simple hecho de ser diferente. De hecho, salvo esos cuernos, tanto ella como su madre eran igual al resto de humanos. Según su madre, todos somos diferentes, entonces, ¿por qué odiar a otras personas solo por un par de cuernos en su cabeza...?
Por eso, sobre muchos otros motivos, esa situación la hacía permanecer en ese pequeño claro del bosque que consideraba su propio mundo particular. Por supuesto, era consciente, aún a pesar de su corta edad, que el mundo era mucho más grande que aquel espacio entre el mar de árboles, pero la vida no le había permitido ver más allá de eso. No era por gusto: Era solo que permanecer allí la protegía de la malicia de los otros habitantes de ese mundo.
Había convertido aquel espacio en su fortaleza particular, donde la soledad, aún inaguantable, era preferible a tener que vivir rodeada de miradas continuas de asco y desprecio. Ya tenía bastante con las que recibía cuando pasaba cerca de aquella aldea.
Aún así, dentro de su estupor, acabó aceptando aquello como parte inherente de su vida. En su aún en desarrollo psique, dio por hecho que esto era la realidad, la cruel y durs realidad del mundo que le había tocado vivir. Era injusto, desde luego, muy pero que muy injusto, pero no era algo que ella pudiera cambiar.
Casi nunca había abandonado aquel lugar, ni cuando su madre vivía, y mucho menos ahora, que estaba sola y no tenía a su única familia para protegerla de los insultos, amenazas y agresiones de la gente cada vez que la veían acercarse a sus hogares.
De todo aquello había tenido demasiado en sus apenas seis años de vida. La palabra "aberración" era la que más resonaba en su mente cuando pensaba en ellos, el término que siempre había decorado sus gargantas cuando las veían.
Aberración, engendro, monstruo...nunca jamás nadie la llamó, salvo su madre, por su nombre. Sobre todo, ese hombre anciano de túnica blanca y bordados de oro que vivía en ese edificio de piedra blanca en la aldea que su madre le dijo que se llamaba iglesia, insistía en llamarlas una y otra vez de aquella forma, alegando cosas que no entendía sobre "Dictados de Dios". Y con otras muchas palabras que, aunque no conocía su significado, taladraban su pecho cuándo su sonido acudía a ella.
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Las Espadas de la Sombra
FantasySubaru es un mercenario errante que ha dedicado toda su vida a luchar en incontables campos de batallas en numerosos reinos y países desde que tenía uso de razón. Con la única compañía de una pequeña hada, Lafanpan, su vida ha estado escrita con san...