Prólogo

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No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pues hace tiempo que perdió la noción del tiempo pasado. Sentía que llevaba ya toda su vida avanzando sin parar, con los minutos tornándose en días. Casi pareciera que llevaba así toda la vida, cuando no hace ni un año que dejó atrás su tierra natal, al este, al otro lado del océano, lugar del que no podría haber huido de no ser por la ayuda de esa chica que apareció ante ella...

Sus piernas hace tiempo que ya habían dejado de dolerle, insensibilizadas ante el continuo trote desesperado, y donde antes el dolor y el ardor dominaba la sensación que recorría sus extremidades inferiores, ahora no podía notar nada, ni siquiera cuando sus pies descalzos pisaban alguna piedra o trozo de madera podrida y astillada. Ni siquiera sabía cómo era capaz de permanecer aún en pie, y menos aún poder trotar.

La mujer era una joven de cabello blanco como la nieve atado con una trenza cayendo sobre su hombro, ojos ambarinos y vestida con un sencillo kimono corto de color caqui, destrozado y ensuciado por el polvo del largo viaje.

La mujer era una joven de cabello blanco como la nieve atado con una trenza cayendo sobre su hombro, ojos ambarinos y vestida con un sencillo kimono corto de color caqui, destrozado y ensuciado por el polvo del largo viaje

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(Imaginadla con el color de cabello y las ropas descritas).

Lo único que la mantenía consciente eran el agudo y penetrante dolor en su bajo vientre, allí donde trajo nueva vida al mundo, misma vida que ahora descansaba en un fardo de mantas entre sus brazos. Era eso sobre todo lo que la hacía correr y correr, aún cuando cada vez estaba más y más cansada, y su cuerpo estaba al borde del colapso.

Ya ni recordaba la última que durmió o comió, ni siquiera sabía si aquel bosque que estaba recorriendo era parte del mundo real o del de los sueños.

Enmedio de la carrera, la joven tropezó con una raíz que sobresalía de la húmeda tierra, y cayó bruscamente contra el suelo. Por suerte, pudo girar el cuerpo a tiempo para caer de espaldas, impidiendo así que su pequeño sufriera algún daño.

La caída sin embargo la hizo recibir un fuerte golpe en la espalda que la dejó aturdida, y el brusco movimiento arrancó además a su niño del dulce abrazo del sueño, comenzando a llorar asustado.

El sonido del llanto de su pequeño sacó a la mujer de su estupor, y automáticamente se irguió como pudo, ignorando el dolor en su espalda y estrechando al recién nacido entre sus brazos.

-Ya, ya, mi niño, tranquilo, no llores, mamá está aquí...- La voz de la mujer salía de sus labios con un murmullo débil, casi completamente silencioso, pero cargado con un tono afectuoso y maternal.

No obstante, también primoraba el miedo, reflejado en sus ojos y en la mirada aterrada que lanzó en todas direcciones. Aún sabiendo que hacía tiempo que había logrado deshacerse de ellos, nunca se sabía si podían haberles seguido el rastro...

El bebé logró calmarse tras un par de minutos, relajado ante la cálida voz de su madre, que no paró de mecerlo con cariño, susurrándole palabras tranquilizadoras hasta que volvió a sumirse en un tranquilo sueño.

Las Espadas de la SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora