Saga de Subaru: Capítulo 8

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Subaru y Lafanpan, tras haber dejado algunos de los bártulos en su habitación, estaban fuera de la posada, caminando por las calles del pueblo.

La camarera que trabajaba en la taberna los había llevado hasta su habitación, entregándoles una vieja llave de hierro ligeramente oxidada, perteneciente a aquella estancia. El cuarto era pequeño, aunque al menos parecía estar limpio, con sola una cama, una mesa de noche con una jofaina de agua fría encima, y una mesa con un par de sillas como mobiliario. Una solitaria ventana se alzaba en la pared sobre el lecho, dejando entrar lo restante luz diurna antes del anochecer.

-Vaya cochambre- Comentó Lafanpan al ver aquel lugar, con Subaru asintiendo a su lado -Aún no me puedo creer que nos hayan cobrado dos monedas de plata por esto...menudo timo...-

Subaru se quitó su yelmo y armadura decidió dejarla a un lado de la cama, tan solo vistiendo una camisa negra corta y sus pantalones y botas de cuero café, las ropas que solía vestir bajo su armadura, además de su capa raída de color negro, y dejando tan solo las correas y cinchas que sujetaban su espada, la cual siguió llevando en todo momento, y salió con Lafanpan de la estancia, cerrando esta con llave mientras guardaba esta última en un bolsillo de sus ropas.

-¿Realmente tenemos que salir afuera, Subaru?- Comentó Lafanpan mientras se dirigían a la escalera que daba a la planta baja del edificio

-Vaya, es la primera vez que te oigo decir que no quieres visitar un poco el lugar donde estamos- Afirmó Subaru con gesto curioso.

-Ya te he dicho que no me gusta este lugar; el Od de estas gentes es malicioso y cruel- Respondió la hada

-No te preocupes, Lafsnpsn, no estaremos mucho aquí, para mañana ya nos habremos ido- Comentó Subaru -Además, ¿no te apetece probar los dulces de aquí?-

Aquello pareció convencer en parte a Lafanpan -Si los precios de la comida son como los de los alojamientos, seguro que nos van a cobrar una moneda de oro por un simple pastel- Suspiró la hada, haciendo reír levemente al mercenario.

Tras bajar a la taberna y salir al exterior, recorrieron las simples y pequeñas calles del pueblo, en dirección al centro de Esgrain. A su alrededor, la mayoría de las casas, construidas de manera desordenada,  no presentaban más de un piso, con algunos jardines o huertos pequeños en su terreno o establos menores de madera a un lado de la edificación donde se guardaban cabras o cerdos, además de algún que otro gallinero.

Pocas gentes había ya en las calles, la mayoría dirigiéndose a sus casas, lanzando miradas hoscas o desconfiadas a Subaru cuando este pasaba ante ellos.

-Desde luego que no les gustan los forasteros por aquí- Pocas veces había sido recibido en un lugar con tanta hostilidad.

-Pero bien que aceptan sus monedas...atajo de hipócritas...- Murmuró Lafanpan con tono enojado.

El pequeño tamaño del pueblo hizo que en apenas unos minutos se encontraran en el centro del pueblo, una plaza redonda en cuyo lado norte se alzaba el edificio de piedra de la iglesia, y en el centro de la plaza se encontraba un viejo pozo.

Había varios puestos y tenderetes a lo largo de la plaza, donde pudieron ver en venta varios artículos, la mayoría comida, que en este momento estaban cerrando, aunque algunos seguían abiertos al público.

Sin embargo, algo allí les llamó la atención: Los gritos de un grupo de personas, aldeanos de Esgrain, formando un corro en el centro de la plaza, lanzando improperios insultos sin ton ni son mientras algunos parecían estar golpeando algo que había en el suelo entre ellos.

-¿Qué les pasa, que hacen?- Cuestionó Lafanpan arqueando una ceja. Los gritos de "Monstruo", "Engendro", entre otros, se repetían continuamente, y no entendía a que se debía.

Las Espadas de la SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora