Edward, viajaba en el bus, por las calurosas carreteras del estado de Texas.
Miraba por las ventanas a los pequeños poblados que aparecían aleatoriamente.
Si bien no lo eran para quien manejaba, si lo eran para él. Ya que nunca había visto tales lugares, en su vida había visitado esos pueblos.En todos encontraba cosas lindas: las Señoras mayores en los pórticos, abanicándose con revistas; los trabajadores cansados sentados en las mesas de los bares oscuros, apenas visibles en las ventanas pequeñas de los locales;
los adolescentes y sus novias en las cafeterías, riéndose estrepitosamente. Entre otras tantas imágenes que ante él aparecían.Pero lo que más le llamaba la atención era la idea del chofer del bus, que manejaba tranquilo, en silencio, haciendo este recorrido día tras día, sin prestar atención a esas personas que ahí estaban. Y se preguntó: ¿qué hubiera sido de él, si fuera ese chofer de bus?
Entonces imagino su vida con todos los detalles, llegando a una modesta casa de los suburbios, sentándose en sillón cansado de tanto recorrer la ruta. Y mientras se quita las botas, llega su esposa Esperanza a traerle una copa de vino tinto, preguntando cómo estuvo su día, el entusiasmado le contaría todo lo que vio en el camino, porque estaba seguro que él si prestaría atención a esos detalles.
Estaba en ese pensamiento, cuando el bus pisó un enorme bache que lo sacudió de su asiento, trayéndolo de nuevo a su realidad, a ese bus, viajando por las rutas áridas de Texas.
Miró por la ventana, pensando en insultos e improperios para el chofer, que no le iba a decir obviamente, pero si lo pensó, porque él podía ser muchas cosas, pero jamás un maleducado, así lo criaron y así era él.Su mente volvió al pueblo anterior, y pensó que no había visto cómo era al final, por estar distraído en sus pensamientos. Y se lamentó al saber que ya no lo vería, porque sabía que no planeaba volver a esos lugares.
Luego recordó a los obreros del bar, y pensó que él no sería como ellos. En lugar de perder su dinero en el bar, iría a casa. Pasaría primero por una tienda y le llevaría a su esposa Esperanza, un hermoso vestido de paseo cada viernes, para poder disfrutar de una larga caminata juntos.Luego se acordó de los adolescentes, pensó en todas las aventuras que hubiesen tenido él y esperanza, si a esa edad hubiesen tenido uno de esos autos descapotables; esos que tenían los jóvenes de hoy en día.
Después se imaginó que en lugar de las ancianas en el pórtico, eran él y Esperanza tomados de la mano, ya en el ocaso de sus vidas, y lo lindo que sería para ambos, terminar el recorrido de este mundo así, sentados juntos de la mano, mirando el atardecer.El bus llegó a destino, y él se bajó. Camino a donde le indicaron. Pasó un par de noches sin pensar en otra cosa que la cara de su amada, Esperanza, y lo feliz que serían juntos si ella no se hubiese ido.
Un jueves, a eso de las tres de la tarde, luego de haber comido una hamburguesa con queso, dos hombres lo acompañaron por un pasillo largo.Los caballeros lo ayudaron a sentarse, y otro sujeto en un rincón de la sala leyó:
-Señor Edward Black River, luego de ser acusado por el delito se asesinato en primer grado, en contra de la señorita Esperanza Silverston, el dieciocho de marzo del corriente año, se lo condenó de manera unánime a la pena capital, siendo efectuada la ejecución el día 23 de octubre de 19xx, ¿tiene alguna última palabra?
- hubiésemos podido ser felices.
-Si no tiene más que decir, lo despido y que Dios se apiade de su alma.
Y así una cantidad inmensurable de voltios pasaron por su cuerpo, hasta que este ya no respondió.