-Mi querido amigo, ¿Qué tan altas cree usted que están las nubes?
-Depende
-¿De que?
-De quién pregunte
-Pues yo
-Si, pero no es la misma distancia si es usted quien pregunta, o una hormiga
-¿Y para qué iría una hormiga a una nube?
-¿Y para qué iría usted?
-Yo tengo una razón justificable…
-¿Cual es?
-No puedo decirle… si lo hiciera debería luego matarlo…
-¿Pero para qué me mataría? ¿Cómo pretende que guarde su secreto? si me muero se puede perder.
-Es verdad, le perdonaré la vida con una condición.
-¿Cuál?
-Que escuche con atención mi secreto y no le cuente a nadie.
-Soy una tumba.
-¡Pero yo no estoy muerto!
-Es verdad, mejor soy el cajón de un escritorio y tenga la amabilidad de poner llave cuando termine, no quiero que se vuelen los papeles.
-¡Faltaba más! Usted con la amabilidad de guardarlo en el cajón, no sería capaz yo de permitirme semejante descuido e indiscreción.
-¡Perfecto! ahora si, llave en mano, usted dirá el motivo de su duda con respecto a las nubes.
-¡Aah! Claro… ya se me estaba olvidando entre tantas cerraduras.
Bien, el motivo de mi duda es el siguiente: Cómo usted sabe, últimamente he concurrido con regularidad a la casa de nuestro amigo el conejo. Y supongo que es la amistad de años que compartimos es la que le da ciertos privilegios, como por ejemplo, decirme que me vaya que el tiempo que tiene es muy poco, que tiene trabajo, que no lo vuelva a molestar, etcétera, etcétera.-Cosas tan directas solo salen de la boca de un verdadero amigo.
-Eso pensé también. Ahora bien, me dijo que su trabajo era muy importante, que no tenía tiempo de estar con la mente en las nubes como yo y que por favor, debía retirarme.
-Un momento, ¿me está diciendo que usted ya estuvo en las nubes y dejó su mente allí?
-¿Puede creerlo? Todo este tiempo estuvo ahí arriba y yo pensando que me había vuelto loco.
-¡Extraordinarias noticias amigo mío! ¡Solo debe ir y buscarla!
-¡Esto merece otra taza de té!
-¡Salud!
-¡Salud!
-Un momento, que egoísta de mi parte…
-¿Qué sucede?
-¿Cómo podría irme solo? Debería llevar a mi amiga la hormiga.
-Es verdad, perdió la razón pero no la caballerosidad.
-Muchas gracias.
-No hay porqué agradecer, amigo mío.
-Si que lo hay, por eso le agradecí.
-Es verdad, mis disculpas.
-¿Son suyas? Son muy coquetas si me lo pregunta.
-Gracias, es una herencia familiar… ¿quiere otro té?
-No, gracias… sirvame el mismo que estábamos tomando.
-Salud.
-Salud, amigo mío.