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Uno de esos días que volvía a casa Renata agarró esas cajas nostálgicas que sugería los recuerdos más fuertes que un mismo ron.
Pablo le sugirió que se  desatara de las  cosas que ya no le aportaban nada, y en esas búsquedas exquisitas tratando de echar todo lo que la contaminaba, encontró un par de fotos familiares de los domingos en Don Torcuato dónde se preparaba el típico asado bajón cuando él tenía que hacer previa para el partido, o los festejos luego de sus intransigentes victorias con la azul y oro.

Esa misma caja también contenía una cámara de fotos canon que le había regalado él por su cumpleaños porque sabía que ella amaba la fotografía con locura.
Secuencias de la bombonera, de vacaciones juntos, besos van, besos vienen, esas Polaroid que abundaban y sabían a tierra mojada, fútbol, risas y juegos adolescentes entre las playas de Pinamar.

Video de archivo;

—Agustín, no dejes de grabar que la voy a asustar.

La joven yacía de espaldas mirando hacia la orilla del mar, con ese típico sombrero playero que dejaban resaltar la belleza y juventud por simpleza.
El hombre se posó por detrás suyo y la asustó tanto que no le dió tiempo ni de gritar porque seguido ya la estaba lanzando al aire haciéndola reír, y ya por último estaba depositando un beso torpe en sus labios.

Podía decirse que el vídeo seguía pero el malestar en su rostro y estómago decían que parase con esta tortura sabía que su cuerpo débil y frágil no podía soportar tanto, tenía que recordar que casi no la contaba, que esa historia ya había pasado que de seguro ni sus hijos la recordaban y que debía avanzar antes que entregarse por completo al deterioro y la locura por algo que ya había culminado y cumplido su ciclo hace cinco años.
Las semanas pasaban y sus intentos en ponerle candado a la situación era cada vez más complicada.
Carlos ‘el virrey’ estaba invitándole a una de esas tantas cenas que organizaba por su cumpleaños y si bien años anteriores esquivaba con excusas para no ir, él buscó la manera perfecta para convencerla porque llanamente no asistía y ese hecho también la hacía sentir mal.
No podía vivir en una caja de cristal para siempre. Tenía que romper los vidrios antes de que esta las atosiguen pues el espacio cada vez se hacía diminuto porque la jaula estaba amenazándola con salir porque sinceramente no podía seguir procrastinando algunos compromisos por culpa de alguien más.
¿La temática? Noche de blanco, porque según él representaba la gloria, la pureza y la paciencia en su máximo esplendor.
Esa noche no se sintió tan sola Jessica y Martín la acompañaban porque sabía que tenía que enfrentarse nuevamente a su sanguinario que no iba a tardarse en ningún momento porque siempre era uno de los primeros.
Y sí tenía razón, flashes, gente llamándolo desesperadamente por su nombre, abrazos, saludos y demás se acoplaban a la imagen digna de cualquier diario.
Porque el hecho de que el hijo pródigo asistiese era la reafirmación de semejante vínculo que los unía a ambos durante varios años, luego de la honra alcanzada años atrás por los 2000.

—yo me voy un ratito al patio

Alcanzó a decirles a ambos entre tanta música y ruido pero no llegaron a escucharla seguramente porque estaban totalmente emergidos en el desarraigo del ambiente y poco podían oír ya que la música estaba a un volumen bastante alto como para escuchar su inaudible voz.
Tampoco que ella casi no soportaba el ambiente, el contacto entre la gente porque con el tiempo se había vuelto arisca por la contingencia o porque directamente no le gustaba la multitud y el descontrol de una sola noche.
La soledad de la oscuridad abarcaba en sus sentidos, sentía el fresco acariciarle la nariz con ese aire impulsivo y violento que provocaba que sus vellos se le erizaran con el movimiento envolvente de un escalofrío.

Digna de ella misma fingió protegerse con sus brazos y calmar la temperatura pero exclusivamente no lo conseguía ni siquiera con frotarse una y otra vez en busca de encontrar un poco de calor.

Se maldecía entonces sin remordimiento, diciéndose porque no había traído un abrigo para que la atmósfera no la golpease de esta manera. Pero sinceramente ya no podía discutir contra ella ya que ni siquiera podía volver a casa a sola y en caso de volver ya se quedaría en su cama seguramente ya alcanzando su punto máximo de sueño.
No obstante tampoco quería estar adentro porque no estaba para soportar mambos ajenos y entidades públicas de mayor relevancia.

De repente cuando decidió no darle más importancia a su alrededor para mantener su mente en blanco, sintió unas manos que le alcanzaban una chaqueta de cuero para que se resguardara del clima, y evitara futuras gripes de mayor calibre.

Por acto reflejo giró su rostro y se encontró con cierto sujeto que quería evitar por lo menos ese cierto día.

Evadieron palabras, no se escuchaba nada. El gentío de atrás ya no importaba, en este preciso instante solo cabían sus respiraciones en medio de las grandes bocanadas de aire que se producían en medio de una lucha de miradas exhaustivas que transgredían a sus alrededores.
Las manos del más grande acariciaron sus hombros y ella solamente se limitaba  a sentir que el pecho se le salía ante ese toque tan inusual e incómodo que gritaba gambeta y magia en modo de marcar su territorio de conquista.

—gracias, pero no quiero tu abrigo—se limitó a decir—estoy bien, no necesito tu lástima.

Amagó con entregarle su saco pero del otro lado estaban siempre la defensiva.

—Quedátelo, te vas a enfermar.

—Que raro, que ahora te importen las cosas cuando ni siquiera me llamaste para aclararlas, que raro que ahora las cosas te importen cuando sabes que nuevamente estoy mal, porque Pablo te dijo lo que me sucedía si no vos pasabas de largo y no te dabas ni cuenta, que raro que ahora te importo cuando antes no hiciste nada.

Alargó con total hermética sin darle espacio a que contestara porque nuevamente le estaba dejando la palabra y su campera por la cabeza porque ya las cosas la estaban cansando y últimamente no estaba para soportar supuestos arrepentimientos cuando las cosas debían hacerse en el momento.
Y sí algo quería reparar solamente contaba con las acciones y no las falacias que se contaban por la boca.




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