Capítulo 2.

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A la mañana siguiente, desperté con una sensación de confusión y desasosiego, como si una presencia invisible me estuviera observando mientras dormía

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A la mañana siguiente, desperté con una sensación de confusión y desasosiego, como si una presencia invisible me estuviera observando mientras dormía. Era una sensación inquietante, similar a la que se experimenta cuando alguien te fija la mirada de manera intensa, provocando una sensación de vulnerabilidad y fragilidad, como si fuera una oveja expuesta en un vasto campo. Con gran esfuerzo, finalmente reuní el valor necesario para abrir los ojos y, al hacerlo, dirigí mi mirada hacia la habitación, donde no había nada ni nadie; estaba completamente sola. Sin embargo, la inquietante sensación de ser observada persistía, atormentándome sin tregua. En respuesta a esta angustia, apreté los puños con fuerza, notando cómo mis nudillos se tornaban pálidos, mientras mis ojos se fijaban en la ventana, donde la cortina se movía con el viento, rodeada únicamente por la presencia silenciosa de los árboles que se alzaban a mi alrededor.

¿Estaba volviéndome loca?

Me incorporé con calma y empecé a buscar mis pantuflas azules, pero no las encontré en el sitio donde las había dejado la noche anterior, lo que me provoca una expresión de descontento. ¿Dónde habrán ido mis pantuflas? Recorro la habitación en mi búsqueda, abro las puertas del armario, pero no hay rastro de ellas. Luego, me dirijo al baño, donde tampoco hay señales de mis pantuflas. Finalmente, me agacho con cuidado para mirar debajo de la cama, pero un ruido repentino me hace levantar la cabeza de inmediato.

Hellen.

Ella llevaba puesta su bata de dormir y, a pesar de su cabello desordenado, irradiaba una belleza digna de una actriz. En contraste, yo me veía como un espantapájaros con mi cabello desarreglado. Hellen me miraba con una expresión de desaprobación, lo que me impulsó a levantarme de inmediato.

—¿Pasa algo, Delaney? —preguntó mirándome de pies a cabeza.

—Buenos días Hellen, no encuentro mis pantuflas —le respondo suavemente y ella palidece.

—Tranquila, le pediré a Frederick que te traiga un par nuevo —informó mirándome nerviosa—. ¿Cuál es tu talla?

—Soy treinta seis —respondo incómoda.

«Si dejo mis cosas en un lugar, deberían permanecer allí.»

¿Por qué me comprara un par nuevo?

¿Por qué no, simplemente buscarlas?

A pesar de que mi mente está llena de interrogantes que me atormentan, no logro encontrar respuestas; únicamente recibo una radiante sonrisa de Hellen mientras guarda su teléfono en el bolsillo de su bata de dormir. Luego, comienza a examinar la habitación durante unos instantes, para después volver a centrar su atención en mí de manera constante.

—Bajemos, el desayuno está servido —dice tranquilamente.

Observó con atención el entorno de la habitación, donde predomina el color blanco; su vestimenta también es de este tono, y todo a mi alrededor se presenta en matices de blanco o hueso, a excepción del suelo, lo cual me resulta bastante peculiar. No obstante, la sigo en silencio y, al descender las escaleras, mi mirada se centra en Hillary, quien luce un vestido blanco y lleva dos trenzas que recogen su cabello, mientras nos observa con atención. Ella nos aguarda para el desayuno, mostrando una amplia sonrisa que ilumina su rostro.

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