Capitulo 34.

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Mientras nos dirigimos hacia el acantilado, sentía cómo mi corazón latía con fuerza y mi mente se encontraba en un estado de confusión total. Cada segundo parecía alargarse, y tras lo que pareció una eternidad, finalmente pasamos junto a la lápida. Sin embargo, para nuestra sorpresa, la imagen de Brais había desaparecido, dejándome completamente atónita y sin palabras ante lo que estábamos presenciando.

Al llegar al destino, todos salimos del automóvil con una mezcla de ansiedad y determinación, corriendo hacia el acantilado. De repente, nos detuvimos en seco al ver a Hellen, vestida de blanco, con la cabeza cubierta de sangre y lágrimas brotando de sus ojos. En su mano derecha sostenía la lápida, que estaba rota y solo mostraba el rostro de su exesposo, mientras que en la otra empuñaba el arma, un símbolo de la desesperación que la consumía.

La escena era sobrecogedora; nos quedamos paralizados, mirándonos unos a otros, incapaces de procesar lo que estábamos viendo. Hellen estaba al borde del precipicio, el barro resbaladizo bajo sus pies, resultado de la lluvia reciente, y la locura reflejada en su mirada. Era un momento de tensión extrema, donde la vida y la muerte parecían estar en un delicado equilibrio, y cada uno de nosotros sabía que debíamos actuar, pero el miedo nos mantenía inmóviles.

—¡Por favor, mamá! —llora Hillary—. No lo hagas.

—¡Me están acusando de algo que no hice! —grita—. ¡Solo saldré de esta mansión muerta!

—Señora Walker, cálmese y baje el arma —interviene Nelsy—. Acérquese, necesita serenarse.

Ella observa a su alrededor con incredulidad y levanta aún más su arma. —¡Mi apellido es Miller!

—Señora Miller, por favor, colabore —dice Daniela dando un paso adelante—. Si no lo hace, enfrentará muchos años en prisión.

—¡No iré a la cárcel por un crimen que no cometí!

—Contamos con las pruebas necesarias para declararla culpable —informa Daniela—. Baje el arma y evite que esto sea más doloroso para su hija.

—¡Hillary, ayúdame!

—Lo siento, mamá.

—¡Yo no lo maté!

—Señora Miller, su historial médico indica un trastorno de doble personalidad —explica Nelsy mientras saca un portafolio de su mochila—. Quizás no lo recuerde, pero es crucial que colabore si desea recibir tratamiento.

—¡No estoy loca!

—Hellen —susurro.

—¡Tú acabaste con vida!

—Madre...

—¡Solo me iré de aquí muerta!

Ella lanza el retrato de su esposo al abismo, y en un instante de desesperación, apunta su arma hacia su propia cabeza. La sensación de náuseas me invade, y mis piernas se sienten como si estuvieran atrapadas en un pesado yugo. En un momento de tensión insoportable, ella aprieta el gatillo, y el grito desgarrador de Hillary resuena en el aire, pero sorprendentemente, el arma no dispara, como si el destino hubiera decidido darle una segunda oportunidad.

En ese instante crítico, la adrenalina me impulsa a actuar. Corro hacia ella justo cuando se da cuenta de que su intento de acabar con su sufrimiento ha fallado. La envuelvo con mis brazos, cayendo al suelo y sintiendo el impacto en mi espalda mientras Hellen se retuerce en mi abrazo. En su frente, la marca de la botella Hanna quebró en su cabeza y brilla como un recordatorio de lo que hizo. Es evidente que no hay forma de que ella escape de esta pesadilla; el peso de su dolor es demasiado grande.

Los oficiales se acercan rápidamente, y el caos se desata a nuestro alrededor. Ella grita, su voz llena de angustia, mientras los agentes la rodean y comienzan a esposarla. En medio de su llanto, su hija se acerca y le acaricia la mejilla, un gesto de amor en medio de la tormenta. La escena es desgarradora, un recordatorio de cómo las decisiones impulsivas pueden llevar a consecuencias devastadoras, y de la fragilidad de la vida en momentos de crisis.

H de ? :¿Quién mató a Brais?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora