Epílogo

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Epílogo editado

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Un año después

Casa solariega Hampshire, condado de Purbrook

26 de Marzo, 1841

Margareth descansaba en el jardín de su hogar, ya que no era un día caluroso y aun así se sentía la primavera llegar con aquella ventisca perfecta y que le estaba adormeciendo los sentidos.

Dos meses desde que estaban en aquel lugar, sin poder regresar a su hogar en Petersfield, la razón de ello era las complicaciones de su estado, por lo que habían tenido que retrasar el viaje de regreso y John había tenido que pedir que el doctor viajara hasta Purbrook en caso de que fuese necesario.

Entonces escuchó decir a su marido que llegaba del pueblo.

—Si es niño, he decidido que lo llamemos James Arthur —depositó un beso en los labios de su mujer y tomó asiento a su lado—: Pero, si es niña...

—Caroline Lilian —murmuró Margareth con una sonrisa—: Creo que sería hermoso, ¿no te parece?

John, que había comenzado a acariciar la mano izquierda de su mujer y a la vez el abultado vientre, sonrió.

—Sí, lo es —respondió con una sonrisa llena de amor—: Estoy emocionado por saber qué será.

Su mujer soltó una risa divertida ante lo que solía escuchar desde que les habían confirmado del embarazo. Era indudable que el caballero demostraba la felicidad que ambos sentían con aquello y, no dudaba, que ella estaría igual que él si no fuera porque con cada día que pasaba, el bebé parecía robarse la mayor parte de su energía. A diario era acompañada por sus doncellas, la servidumbre la adoraba y la mimaban con gusto, todos ellos —incluyendo Petersfield, Purbrook y Kenworth—, estaban a su completa disposición desde que la noticia se informó. Fuese una orden directa de John o no, la joven sabía que todos se alegraban de que pronto habría otro integrante en la familia.

—Da lo mismo si es niño o niña —agregó la voz masculina de su amigo, que estaba de visita en Purbrook—: Mientras no ocurra algo peor con ese vientre que no hace más que crecer —señaló a Margareth con una sonrisa burlona—. Será un devorador de comida, ese hijo que están esperando.

—Galán, ¿qué te ha pasado en la mejilla? —preguntó John con una sonrisa.

Margareth le pellizcó la mejilla a su esposo y elevó su otra mano a su amigo para que se la besara.

—Creo que Freddie tiene algo para curarte eso —dijo Margareth con una sonrisa—: No te preocupes, te dejaré ese bello rostro como nuevo —agregó de manera maternal, pero luego le señaló con reprimenda mientras se levantaba del sofá—. Deberías de dejar de coquetear con las mujeres, ya te lo he dicho, terminarás peor que con la mejilla arañada...

Al Hombre Que Amo [#1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora