CAPÍTULO XV

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Capítulo editado

John se encogió de hombros cuando el último pedido que su madre realizó en su visita a la modista, acción que le había provocado otro ajuste a su dinero

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John se encogió de hombros cuando el último pedido que su madre realizó en su visita a la modista, acción que le había provocado otro ajuste a su dinero.

No estaban con problemas económicos, eso era bueno, pero aún debía resolver el tema de las propiedades que su padre había adquirido y, no mentiría, el plan de su madre no era del todo absurdo. Cada vez veía factible poner sus propiedades en arriendo, ya que, en un futuro cercano o lejano, él tendría una esposa y con ello, hijos. Al menos su padre había dejado esas casas a su merced y ahora las veía factible para que sus futuros hijos pudieran heredarlas.

Observó la ventana frente a él y suspiró.

Ese día había amanecido con un excelente clima y él estaba sentado en su escritorio ajustando las cuentas de su pequeña familia. No había nada más cruel para él, un hombre que disfrutaba la vida de campo, donde podía refugiarse de la sociedad Londinense.

Deseaba estar en su casa de Petersfield, despertar y dar una caminata antes de su desayuno. La humedad del rocío por las mañanas era algo que le había agradado tras la muerte de su padre y todas las responsabilidades de las que se tuvo que hacer cargo. La acción de respirar aire fresco y despejar su mente antes de ponerse a trabajar le agradaba solo cuando estaba en Petersfield.

En algún momento de sus años como el nuevo barón de Petersfield, le hizo enamorarse de la vida de campo y de sus propios deberes, aunque en ocasiones su cuerpo reclamara por algo de descanso.

Suspiró y decidió pasear por su despacho para que su cuerpo entrara en movimiento luego de pasar la mitad de su día sentado.

Cuando se detuvo frente al ventanal, frunció el ceño cuando divisó a su madre sonriéndole a alguien que estaba sentada frente a ella, en un lugar que el toldo le impedía ver su rostro ¿Quién visitaría a su madre ese día? Pensó en las amistades de ella, pero no recordaba haberla escuchado sobre aquello en la cena que ambos compartieron la noche anterior.

Estaba debatiendo si era prudente de su parte unirse a ellas solo porque su curiosidad le estaba impidiendo regresar a los papeles sobre las propiedades de las que debía hacerse cargo.

Entonces, su madre se puso de pie y señaló algo a su espalda, donde no tardó en aparecer su dama de compañía, quien llevaba consigo un jarrón. Su madre haría arreglos florales, pensó mientras se acercaba a sus rosales y apremiaba con una sonrisa a su acompañante, quien se apresuró a ponerse en pie. Aquel movimiento captó toda la atención de John, quien estaba anticipando la identidad de la visita.

Los labios de la joven se abrían y cerraban por lo que estuviera diciendo. Eran unos movimientos lentos, lo que demostraba lo poco que le gustaba hablar. Pero luego, se formó una sonrisa tímida en el rostro de la señorita Margareth ¿Qué hacía ella con su madre? No lo sabía, pero se apresuró a salir de su despacho y olvidó todas sus responsabilidades, ya que tenía un nuevo objetivo. Averiguar que hacia la joven en su hogar y por qué sonreía a su madre, ya que la conversación que había tenido con Georgiana Middleton le estaba comenzando a preocupar ahora que veía a su madre con la mayor de las Middleton.

Caminó hasta la salida del jardín, pero se detuvo cuando la carcajada de su madre y la risa tímida de la joven llegaron a sus oídos.

—¡Me alegro de que rechazara a ese joven! —exclamó la baronesa a una avergonzada Margareth—: Aunque me alegro de que su familia no esté tan desesperada en comprometerla.

—Bueno, siempre tuve una esperanza de que Charles Bennet pediría mi mano —declara la joven con sus mejillas sonrojadas—: Nunca se avergonzó de que le rechazara la mayoría del tiempo mientras crecíamos, pero creo que una parte de mí dio por hecho que algún día nos casaríamos.

—¿Comprometida con Charles Bennet? —preguntó lady Basset con curiosidad.

—Sí, nuestras familias siempre han sido muy unidas —dijo la joven y con una sonrisa, agregó—: Sin contar a mis hermanos, puedo decir que Charles es un muy buen amigo.

—Conozco vagamente al caballero —comentó la mujer—: Pero por como habla usted del él, puedo decir que hubiera sido feliz tal matrimonio.

—Tal vez, siempre me había aferrado a la idea de ser su esposa —comentó Margareth, inclinando su cabeza mientras observaba su arreglo floral—. Entonces fue que pasé por un mal momento de... salud —dudó al decir, pero con una sonrisa volvió al tema principal—: Luego, comencé a imaginar una vida matrimonial con otro caballero...

—¿Otro caballero? —preguntó curiosa la mujer y sonrió—: ¿Se enamoró usted de otro hombre?

Margareth se sonrojó ante aquella pregunta.

—Creí que no era necesario conformarme con Charles —dijo tras una pausa—. No es que él no fuera perfecto, pero la idea de querer disfrutar de que intentaran cortejarme me agradaba.

—Quería sentirse amada y hermosa al ser cotizada por algo de atención masculina —concordó la baronesa—. Todas anhelamos saber que hay caballeros que desean ganarnos.

—Si, deseaba sentir aquello que mis padres tenían en su momento de cortejo —dijo Margareth—: Entonces fue que ocurrió mi problema.

Cuando John escuchó aquello, frunció el ceño y observó como la joven acariciaba desde su codo izquierdo hasta la punta de sus dedos cubiertos por un fino guante a juego con su vestido azul cielo.

—Concuerdo que su problema al contacto físico sea un problema —declaró la mujer, comentario que alertó a su hijo, quien permanecía en silencio a pasos de las damas. La señora Basset, suspiró y sonrió a la joven—: Pero estoy segura de que cuando usted desee casarse, será porque está dispuesta en hacer frente a su miedo y, le aseguro, será feliz.

Cuando ambas decidieron hablar del arreglo floral, John vio oportuno retirarse del lugar y volver a refugiarse en su despacho.

Saludaría más tarde a la joven, ya que en aquel momento necesitaba retirarse porque se sentía horrible por haber escuchado a hurtadillas aquel pesar de la señorita Middleton y se estremeció ante las ideas que se le iban a la mente ante aquella revelación. Todas incluían diversas formas por las que la joven temiera el contacto físico con las personas y, debía admitir que mientras más lo pensaba, su imaginación se iba por cosas más horrible que una joven como ella pudiese sufrir.

Pero lo que más le estaba molestando es que ella había planeado unirse a Charles Bennet si no fuera por la anhelante sensación de querer ser adorada por un cortejo romántico como el de los condes de Pembroke. Y, como él conocía muy bien al menor de los Bennet, se estaba aborreciendo por no ser considerado con las jóvenes con quien su madre le solía emparejar y algo que parecía ser un requisito en un futuro esposo para Margareth Middleton.

Entonces recordó las palabras que su madre le había dicho el año anterior en Petersfield.

Por eso mismo, no busco que las conozcas y pienses en que yo quiera que tú las cortejes. Porque lo que ellas buscan es un amor que sea correspondido y tú no puedes ofrecerles eso, primero tendrías que querer casarte.

Ahora tenía sentido lo que ella le había dicho y se sentía horrible por no cumplir con aquellas expectativas que su madre tenía en él ya que en esos momentos no sentía que podría hacer feliz a su esposa si esta se pareciera a Margareth Middleton.

Ahora tenía sentido lo que ella le había dicho y se sentía horrible por no cumplir con aquellas expectativas que su madre tenía en él ya que en esos momentos no sentía que podría hacer feliz a su esposa si esta se pareciera a Margareth Middleton

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Al Hombre Que Amo [#1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora