"Confiaré en tí"

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Se encontraba en la cocina bebiendo un vaso de la mejor cerveza que conocía.

Estaba pensando en cuando volvería a San Petesburgo para ver a su amado ruso otra vez cuando su hijo entró a la cocina más serio que una tapia, como siempre.

-Vater, Zarist se queda toda la semana. No me importa lo que digas, simplemente se queda-le advirtió.

-Wie!? Me niego a que ese maldito ruso pise mi casa-dijo el alemán mayor alterado, dejando el vaso de lado.

Odiaba a ese hombre.

-Te repito que me da igual lo que digas, ya viene de camino y se va a quedar, digas lo que digas-le repitió serio y mirándole con una frialdad extrema.

-Si lo veo lo mato, te aviso-le dijo enfadado.

-Te acercas a él, aunque solo sea un centímetro, te corto el cuello. Te juro que te voy a matar si le pasa algo-le advirtió su hijo con un deje de desprecio en su voz.

-Mira, haz lo que te de la gana. Yo solo estoy intentando enseñarte el descomunal error que estás cometiendo al ser pareja de ese infeliz-le dijo Prusia.

-Es el hijo de tu marido, y mi prometido-le anunció Second Reich para su gran sorpresa y desagrado.

-No, no voy a permitir que desperdicies toda tu vida con ese idiota...-le dijo el prusiano.

No pudo terminar de hablar porque la antigua gran potencia se acercó peligrosamente a él con una preciosa navaja de Toledo que España le había regalado por su cumpleaños en la mano.

-No vuelvas a llamarle idiota; es la persona más buena, más lista y que más me ama del mundo; más de lo que jamás lo hiziste tú-le soltó duramente con cara de pocos amigos.

Al alemán mayor se le partieron el alma y el orgullo con aquel comentario.

Era su hijo, su bebé, su pequeño, sus ganas de vivir.

¿Cómo podía aquel estúpido amarle más que su propio padre?

-Yo siempre te amaré más que nadie en el mundo, siempre-le dejó claro.

-Si tanto me amaras, me dejarías estar con él, sabiendo lo mucho que le quiero-le dijo, reemplazando el tono de desprecio y enfado por tristeza.

Él quería mucho a su padre, pero no iba a permitir que le arrebatara al amor de su vida.

-Second, piensa en lo que estás diciendo...-le pidió el mayor tratando de hacerle entrar en razón.

-Se perfectamente que estoy diciendo-le interrumpió dejándoselo bien claro.

-No lo parece-murmuró el prusiano lo suficientemente alto como para que el contrario le escuchase.

-Vater, no intentes influir en mí-le advirtió con tono peligroso.

Prusia le miró a los ojos con dureza, y su hijo le regresó la mirada con una enorme barrera de hielo entre él y su corazón.

-¿Por qué eres así conmigo?-le preguntó el alemán mayor con el corazón encogido-. Nunca te traté mal; me preocupé por tí, te cuidé, te crié, te dí todo.

-Todo, menos un padre-le contestó con desaliento.

Al de ojos celestes se le partió aún más el corazón.

-Tenía todo, menos a tí-repitió Second, abriendo un poco su barrera de hielo contra el mundo para dejarle ver unos destellos de tristeza-. Siempre estabas fuera, librando guerras; y yo estaba en casa, solo, sin absolutamente nadie.

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