¿Cómo se pasa de aceptar ser la novia falsa de tu amor imposible por un trato a que salgan a la luz verdades sobre tu vida? ¿Acaso Tomás no solo pedía ese trato para alejar a una chica de él, sino que había algo más que no había revelado? ¿Quién ocu...
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«🔸»
Habían pasado tres días desde que Tomás salió por esa puerta y no volvió a casa. La
preocupación me carcomía por dentro.
«Tal vez tenía cosas que hacer.»
Ya era miércoles, y tenía la exposición de historia en mente; había cosas más importantes en las que pensar. Sin embargo, la inquietud me asaltaba.
«Mentira. He pensado en cuál podría ser la razón por la que no se ha aparecido en casa.»
¿Estaría mal? ¿Habría pasado algo con su madre? ¿O tal vez con su padre? Tomás rara vez hablaba de su familia; incluso con Nicki le costaba tocar esos temas tan privados. Sabía que sus padres se habían divorciado hace años, desde que él era un bebé, así que no debería afectarle tanto. Pero también sabía que la relación con su padre no era buena. El señor había formado una nueva familia, con otra esposa y dos hijos más, y vivía a dos horas de distancia, en la ciudad.
—Señorita Johnson—me llamó el maestro Williams, sacándome de mis pensamientos.
—Buenos días, profesor—respondí, tratando de disimular mi distracción.
—¿Cree que podrá llevar estos libros a la biblioteca? Necesito que se los entregue a la señora Fent—dijo, señalando los volúmenes amontonados en su escritorio.
—Claro. ¿Tendría que esperarla? —me levanté de mi asiento para acercarme a su escritorio.
—Sí, por favor. Mientras la esperas, necesito que ordenes estos papeles—me tendió un folder lleno de documentos.
¿Papeles? ¿Trabajo? Era obvio que no habría pago. Intenté no suspirar del enojo.
—A usted le tocará en la próxima clase su exposición. ¿Le parece?
«Olvidemos todo; ahora tengo que arreglar papeles.»
Tomé el folder sin pensarlo dos veces.
—¡Claro! —sonreí tanto que hasta me dolieron las mejillas.
El maestro colocó los libros encima del folder que tenía en las manos. Al ver que no cabían todos, llamé a Carlos para que me ayudara a llevar los libros.
—Qué buena suerte tienen los que no se bañan—murmuró Carlos mientras caminábamos por los pasillos.
—No me digas—puse cara de sorpresa—¿te sacaste la lotería y no nos contaste?
Carlos comenzó a reír.
—Esta vez no hablaba por mí.
—¿Quieres decir que no te bañas, Carlos? —interrogué burlona.
