⸺𝗘𝗡 𝗗𝗢𝗡𝗗𝗘; Iván esta en el peor momento de su vida,siente que acaba de tocar el fondo y que ya no hay nada que pueda hacer. Decide salir una última vez con sus amigos.
⸺𝗢 𝗘𝗡 𝗗𝗢𝗡𝗗𝗘; Alya sale de joda como cualquier otro sábado y se enc...
Me había despertado de mal humor porque había dormido demasiado incómoda, la cama había decidido hacerse de piedra solamente para jugarme en contra.
Anoche me fui a dormir pensando en Iván, de hecho, hace unas cuantas noches me iba a dormir pensando en él. Necesitaba hablar con el sobre lo que había pasado ayer, realmente tenia esa necesidad de hablar sobre ese tema con él. Así que sin perder más tiempo, le hablé.
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Sabía que Iván no iba a desayunar conmigo y lo entendía, lo entendía porque yo también lo viví. Tuve el alta en el hospital por trastornos alimenticios hace dos años y creo firmemente que no hay nadie mejor que yo en este momento para ayudar a Iván con la comida y su alimentación.
Saqué el pan lactal de mi alacena y lo puse en la tostadora mientras prendía la televisión buscando algo para ver. Cuando encontré una de mis película favoritas saqué las tostadas y las puse en la mesa junto con la manteca y un cuchillo.
El timbre sonó y el pelinegro apareció con una cara de sueño que pocas veces había visto.
-Buen día dormilón-.
-Es demasiado temprano-. Se frotó los ojos
-Al que madruga dios lo ayuda dicen-.
-Con razón no me ayuda-.
Me reí por su comentario y lo hice pasar directamente a la cocina en donde él, curioso, se puso a mirar los cuadros y estaba con su nariz intentando descubrir cual era el olor que sentía.
-Vamos a sentarnos que quiero desayunar-.
Una vez sentados y acomodados en la mesada, el habló.
-De que querías hablar?-.
-Creo que podes tener una idea de lo que te quiero hablar-. Dije y lo miré -Hace tres años me diagnosticaron anorexia nerviosa-. Solté e Iván me miró, sorprendido. -No podía si quiera verme al espejo sin llorar, era una imagen mía tan distorsionada que empecé a esconder mi cuerpo, usando prendas de manga larga y pantalones largos incluso con 30 grados de calor-. Señalé el buzo que él estaba usando. -Me obsesioné tanto con mi peso y mi cuerpo que empecé a ejercitarme a tal punto que mi cuerpo se caía de lo débil que estaba, tan débil que no podía levantarme sola sin marearme. Valentín y Sabrina, mis amigos, se dieron cuenta una vez que salimos a comer y yo me puse a llorar cuando ví el plato de comida. Pidieron todo para llevar y me trajeron a casa. Ellos pausaron totalmente sus rutinas y se quedaron una semana en mi departamento, controlando lo que hacía. Pero nada de eso servía, porque cuando ellos dormían yo subía a la terraza y seguía haciendo ejercicio por horas y horas. Una noche que volvía de la terraza, Sabrina me encontró. Ella escondió la llave y me obligó a que vaya a dormir, diciéndome que a la mañana íbamos a hablar. Cuando me levanté al día siguiente, ellos ya estaban despiertos, y Valentín me dijo que por favor lo acompañara a buscar ropa a su casa, cuando el auto frenó, estaba en el estacionamiento de un hospital. Me enojé tanto con ellos que les dije que los odiaba y que no quería volverlos a ver nunca pero a ellos no les importó, todos los días que estuve internada vinieron a visitarme sin falta y hacían de todo para que yo los perdone. Estuve una semana sin hablarles cuando venían, pero mi mamá me hizo darme cuenta de que ellos solamente querían ayudarme y verme bien. Al día siguiente cuando los vi entrar por la puerta de mi habitación en ese hospital lloré como loca, los abracé pidiéndoles perdón por todo lo que había hecho y ahí arranco mi recuperación, con muchas sesiones de terapia y poco a poco con más porciones de comida, me dieron el alta. Hace dos años que no me salteo ninguna comida-. Agarré su mano por la mesada, el las miró desconfiado. -Iván no llegues al punto que llegué yo, no dejes de comer, por favor. Sos un chico saludable, con una piel y un cuerpo precioso. Tu cuerpo te necesita y vos lo necesitás a él, con el haces todo lo que te gusta. No dejes de comer, no te lastimes así a vos mismo por favor-.
El pelinegro no sabía que decirme, pero le veía los ojos llorosos y el labio inferior temblar mientras miraba nuestras manos.
Me levanté de la mesada y me acerqué pegando la vuelta.
-Contas conmigo para lo que sea, no quiero hacerte mal, quiero ayudarte-. Le dije poniéndome al lado de su taburete.
Iván se tiró encima mío y rompió a llorar desconsoladamente. Lo levanté a upa como pude y me acosté en el sillón, dejando a Iván encima mío, quedando en la ya familiar posición del boliche. Pasaban los minutos pero Iván no se calmaba, cada vez lloraba más fuerte, hasta que pasó lo que más miedo me daba, Iván empezó a hiperventilar. Lo levanté y lo deje en frente mío, agarrándole las manos y diciéndole que me mire en todo momento.
-Escuchame sí? Vamos a hacer esto. Cuando nuestras manos suban, vamos a respirar muy profundo, cuando se queden quietas, vamos a retener el aire y cuando las manos bajen, vamos a exhalar. Lo vamos a hacer juntos sí? dale, vos podés-.
Empecé a subir, detener y bajar nuestras manos, y muy lentamente Iván fue dejando de hiperventilar. Cuando él estuvo más calmado, lo traje de vuelta contra mi pecho, acostándonos y dibujando en su espalda.
Lo había calmado pero no del todo, necesitaba que me vaya hablando. Así que probé con otra cosa.
-Quiero que me digas cuatro cosas que puedas ver en esta habitación-.
-Veo la televisión, a un gato, la lámpara en el techo, y te veo a vos-. Respondió aún medio agitado.
-Ésta perfecto, lo estás haciendo bien, tranquilo-. Dije dejando cada vez más caricias en su espalda -Ahora decime tres cosas que puedas tocar-.
-Puedo tocar el sillón, la almohada, el piso y tu mano-. Dijo y se río, apretando.
Me reí y le volví a pedir.
-Dos que puedas oler-.
-El desodorante de ambiente y olor a tostadas-.
-Genial. La última, una cosa que puedas sentir-.
Este se tomó su tiempo, pensando sin saber que decir.
-No sé, siento las manos en la espalda-.
-Está bien, lo hiciste genial. Estoy muy orgullosa de vos-.
De respuesta recibí un murmuro de algo que pareció un gracias. Cuando mire extrañada Iván estaba con los ojos cerrados y casi dormido encima mío. Me reí, agarrando mi celular y mirando la hora, eran las diez. Podíamos dormir una hora más, cosa que era necesaria ya que ninguno había dormido mucho más de tres horas. Puse la alarma para las once y por si aún seguía despierto le susurré:
-Iván, vamos a dormir un rato sí? me puse la alarma a las once-.
-Mhm, descansá Alya-. Me dijo con la voz ya ronca, acomodándose en mi pecho igual que siempre.
Esta re dormido, qué hijo de puta.
-Descansa Iván-. Le dije riéndome, tirando mi pelo para atrás cosa de que no le moleste. Con mi mano dibujando su espalda, nos fuimos quedando dormidos.