Prólogo

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Aloïsia siempre había sido una niña muy tímida, se sonrojaba con facilidad debido a la vergüenza, su voz temblaba al hablar en público, y sus manos sudaban al entablar conversaciones con extraños.

Con el tiempo, y debido a la cierta confianza que ya había, aquella timidez desapareció lentamente, permitiéndole socializar con mucha mayor facilidad.

Aunque, aquella timidez siempre regresaba cuando se trataba de una persona.

George Weasley.

Lo había conocido un día en la biblioteca, era tarde por la noche, casi la hora de comer, cuando Aloïsia había tenido un ataque de pánico luego haber recibido una carta de su casa.

Estaba sentada hecha una bolita en una esquina, temblando como si un terremoto sacudiera la tierra, sus ojos estaban abiertos de par en par y rojizos por las lágrimas, al igual que sus mejillas y labios.

Su madre había enfermado de gravedad, y su padre no le permitía ir a verla, pues no quería que descuidara sus estudios, y además, sostenía que realmente no le pasaba nada.

En ese momento, George parecía buscar alguna clase de escondite o lugar útil para alguna clase de broma, cuando se encontró con aquel pequeño, amarillo, y tembleque bulto en una esquina.

Instintivamente, el plan de investigación fue desechado, y se acercó cautelosamente a ver su situación, pues por un breve momento, le recordó a Ginevra, o también llamada Ginny, su hermana pequeña.

—Hey, ¿Te encuentras bien? –preguntó el pelirrojo–.

Aloïsia no pudo responder, su boca y garganta estaban totalmente secas, como un desierto.

El más alto rascó su nuca ante la falta de respuesta y simplemente se sentó en silencio a su lado, dando una insegura palmada en la espalda de la rubia.

Había visto a su padre hacer eso, cuando consoló a Ginny por accidentalmente romper su peluche favorito, aunque luego Ginny lloró aún más debido a "la falta de tacto de su padre".

No obstante, tal vez Ginny solo estaba exagerando.

—Mamá me dijo una vez que si me duele algo llore, para que el dolor se vaya más rápido, me lo dijo porque me había caído de mí escoba por jugar a las carreras con Fred, en su cara se veían sus ganas de ahogarme en el lago más cercano, pero decidió ser buena madre y consolarme... En fin, eh, parece que te duele algo así que, llora –dijo de forma ciertamente brusca George, volviendo a darle un par de palmaditas en la espalda, junto a un par de caricias suaves–.

Aloïsia no tenía amigos, pertenecía a la casa más "aburrida", Hufflepuff, por lo que, nadie la notaba, su dificultad para socializar era en extremo alta, y además, recibía mucha discriminación por ser de "sangre mestiza".

George había sido la primera persona en consolarla en mucho tiempo, aunque hubiera sido algo tosco al hacerlo.

El gemelo menor rápidamente se convirtió en su primer amor al hacer algo tan pequeño como eso.

Una persona normal se habría olvidado de ello al poco tiempo y seguido su vida con normalidad.

Aloïsia no, los ataques de pánico se hacían cada vez más frecuentes conforme le llegaban actualizaciones del estado en que su madre se encontraba, y su lugar seguro siempre se encontraba en aquel rincón en la biblioteca, no obstante, George nunca había vuelto a aparecer, en su lugar, solo encontraba un pequeño pañuelo naranja y un chocolate con una pequeña nota.

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"Una vez mi padre le dijo a Ginny que dejara de llorar porque en cualquier momento sus ojos se caerían, te digo lo mismo a ti, no te vi con claridad la última vez, pero te ves muy bonita como para permitir que se te caigan los ojos, mejórate pronto".

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Cada semana, cuando Aloïsia recibía actualizaciones sobre su madre, que empeoraba cada vez más, iba a la biblioteca, y un dulce y una nota diferente aparecían en su rincón seguro, listos para reconfortarla.

Hasta que de la nada dejaron de llegar, y un pequeño papel arrugado apareció en su lugar.

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"Me quedé sin dinero, lo siento ;p"

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A raíz de dichos acontecimientos, el enamoramiento de Aloïsia se hizo aún más fuerte, no obstante, era demasiado tímida y temerosa como para acercarse, sobre todo luego de que él la hubiera visto en aquella vergonzosa situación en la que había roto en llanto de tal forma.

Ella se conformaba con verlo desde lejos y eso solo cuando tenía la oportunidad, pese a los –malos– consejos que sus compañeras, que habían notado su enamoramiento, le daban.

Aquellas chicas, que Aloïsia creía estaban locas, le decían cosas como que lo siguiera, para ver su rutina, y así sus intereses, o también que tomara alguna prenda suya de los dormitorios para tenerla de recuerdo.

La pobre Aloïsia a veces llegaba a creer que sus compañeras de casa estaban locas de remate, o si realmente la creían tan tonta como para hacerle caso.

La rubia había tenido diversos intentos fallidos de acercarse a George, todos ellos terminaban igual: hablaba tan bajo debido a su tonta timidez, que el no la notaba y era como si la ignorara, aunque así no fuera.

Ella estaba harta, pero no había mucho que pudiera hacer, era superior a sus fuerzas.

Era cuestión de verlo para que sus mejillas se calentaran, sus palmas comenzaran a sudar como locas, y que su boca se secara como si no hubiera bebido nada en años.

Era absurdo, ya no tenía ocho años como para ponerse nerviosa por una tontería como lo era simplemente hablarle a un chico.

Los años pasaban y lo único que no lo hacía, era el enamoramiento de Aloïsia, el cual, la misma se había visto obligada a reprimir.

Si ni siquiera era capaz de acercarse a George sin ruborizarse, no tenía caso que siguiera gustándole, al fin y al cabo, nunca podría acercarse a él, y él, mucho menos la notaría... ¿Verdad?

Electric Love | George WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora