Capítulo 5

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Si había una materia que a Aloïsia se le diera bien, era herbología, no era su favorita, claro estaba, pero le era sumamente sencillo comprender a las plantas, aunque nunca iba a olvidar cuando en segundo año se había desmayado por culpa del grito de una mandrágora.

Se encontraba terminando su tarea de herbología, cuando notó una cabellera pelirroja a un par de estanterías de distancia.

George tenía la cabeza metida en un libro de herbología exuberantemente grande, el cual, debido a la cara que había puesto, sabía que no entendía para nada. Tenía a Fred revoloteando a su alrededor, haciéndole burla y tratando de desconcentrarlo, lanzándole bolitas de papel y soplando directamente en su oído.

Al final, el menor había terminado por hartarse, y sin dudar le arrojó el libro, no obstante, Fred, con un rápido movimiento de varita, redirigió el ataque, comenzando así una pelea entre ellos, en la cual se arrojaban libros como si de balas se tratara.

Aloïsia rió por lo bajo, pues era hilarante presenciar esa clase de cosas, los gemelos siempre se encontraban peleando por absolutamente todo, así que risas no le faltaban.

Su diversión al presenciar aquella escena se desvaneció abruptamente al divisar a la bibliotecaria avanzar a paso apresurado hacia la posición de Fred y George, con su varita en mano y las gafas torcidas.

La rubia sacó su varita y antes de que aquella anciana, que estaba lista para matarlos de ser necesario, los descubriera, murmuró un hechizo por lo bajo, y los libros regresaron a su sitio bajo la confundida mirada de los gemelos.

Aloïsia avanzó rápidamente hacia la bibliotecaria, y mientras le daba su mejor sonrisa, habló:

—¡Disculpe, señorita! No la encontraba, siento molestarla, pero vi a dos estudiantes ingresar al ala prohibida hace un rato, aunque no estoy muy segura... sería mejor si usted echara un vistazo –dijo Aloïsia, sonriendo dulcemente–.

La bibliotecaria se limitó a abrir los ojos como platos y bajar levemente sus gafas para verla directamente a los ojos.

—Será mejor que se apresure, tal vez se vayan y no descubra de quienes se trata.

La bibliotecaria suspiró y miró por encima del hombro de la rubia repetidas veces, como si tratara de asegurarse de que no escondiera nada, y luego, como si acabaran de dispararle justo en el oído, salió disparada hacia la sección prohibida.

Aloïsia suspiró y giró sobre sus talones, lista para desaparecer de la escena del crimen sin que nadie lo notara, como siempre. No obstante, un enorme muro humano la detuvo, haciendo que se golpeara la nariz.

La rubia chilló y levantó la cabeza, encontrándose con dos pelirrojos demasiado altos para ella que la miraban con curiosidad.

Eso nunca había pasado.

Aloïsia, aprovechando que pasaba bastante tiempo revoloteando alrededor de George sin ser detectada, acostumbraba a atar los cabos sueltos que dejaba atrás junto a su gemelo luego de hacer una travesura o una broma, para que así, no fueran castigados. De todas las veces en que lo había hecho, ellos nunca se habían dado cuenta de su existencia, simplemente creían que había un Santo aparte para ellos.

¿Por qué de la nada todo comenzaba a cambiar?

—¿Por qué nos ayudaste? Hubieras dejado que castigaran a este feo –dijo Fred, empujando a su gemelo–.

—Por si no lo has notado, grandísimo tarado, tenemos exactamente la misma cara, si yo soy feo, tu también –le siguió George, devolviéndole el empujón–.

—No tengo tiempo para pelear contigo, le hice una pregunta al piojo lindo –soltó de la nada el mayor, poniendo su mano en la cara de su hermano– así que dime, piojo lindo, ¿Por qué nos ayudaste?

¿Piojo lindo?, ¿Acaso ese era su apodo para ella?

—Amabilidad –respondió rápidamente la rubia, dándose la vuelta dispuesta a huir–.

No pensaba decir que lo hacía porque no quería que el chico que le gustaba se metiera en más problemas de los que ya tenía, aún le quedaba un poco de dignidad.

—¿Al menos dirás tu nombre? –preguntó el mayor–.

—Aloïsia, Aloïsia Williams, pero pueden decirme Aloi –se presentó la rubia, sonriendo tímidamente–.

Fred entrecerró los ojos y paseó su mirada desde Aloïsia a su gemelo repetidas veces, como si tratara de confirmar algo.

—Oh, vaya, da la casualidad que Angelina en este justo momento sigue en la sala común, tengo que ir a molestarla, una lástima que la conversación no siguiera, adiós piojo –se apresuró a decir Fred, mientras prácticamente huía de la biblioteca–.

George miró extrañado la puerta por la que su hermano había salido casi como si alguien se estuviera muriendo.

Estaba sola, en un lugar aislado, con el chico que le gustaba a metros de ella... Una oportunidad de oro para muchas, una oportunidad de pasar vergüenza para Aloïsia.

La rubia era muy torpe, al punto en que ella y Susan solían bromear diciendo que tendría que conseguir un seguro de vida antes de tiempo. Era incapaz de caminar en línea recta y en una superficie lisa sin tropezar, por la simple y sencilla razón de que se le enredaban los pies o, en su defecto, al tener un equilibrio muy malo, se iba de lado; si, así de inútil era. De hecho, a primera vez que Aloïsia y George se conocieron, su torpeza había sido evidenciada al haber caído justo encima de el, haciéndole pasar una vergüenza increíble.

No obstante, George había empezado a notarla luego de años, sería estúpido desperdiciar la oportunidad.

—Vi que tenías problemas con herbología, puedo ayudarte si quieres –ofreció Aloïsia, mordiendo su labio con nerviosismo–.

Ambos hicieron contacto visual, Aloïsia esperando una respuesta a su oferta, y George supiera Dios que.

El pelirrojo se había quedado en un repentino silencio viéndola a los ojos. Frunció el ceño ligeramente mientras entrecerraba los ojos y ladeó la cabeza, antes de enderezarse de la nada y prácticamente salir corriendo en dirección a la salida.

—¿Qué pasa? –preguntó Aloïsia siguiéndolo, al creer que había ocurrido algo malo–.

La rubia paró en seco al verlo acelerar el paso en cuanto la notó demasiado cerca y saltó ligeramente en su sitio cuando George abandonó la biblioteca dando un portazo.

¿Qué demonios le pasaba?

Por un momento parecía no molestarle su presencia, pero al otro salía corriendo.

Sabía que George no era como cualquiera, era diferente a cualquiera que hubiera conocido, pero su comportamiento comenzaba a marearla.

Tal vez había malinterpretado algo, o cometido algún error y por eso él se había molestado.

Quizá... para evitar más malentendidos, lo mejor sería mantener distancia nuevamente, después de todo, lo que menos deseaba era que el chico que le gustaba terminara detestándola.

Electric Love | George WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora