El piso del apartamento de aquel edificio eran aún de obra gris y sobre los charcos, las gotas que atravesaban el techo caían y hacían que volvían el color convirtiera en uden gris terroso, como espumoso y móvil, como el tamiz sobre el que pasa el agua, la tormenta brutal de afuera se infiltraba sin parar a través de pisos y pisos abandonados para quebrar la estructura y finalmente ganarle la guerra.
—Creo que les está lloviendo muy fuerte.
Con los que estaban sentados eran tres, don Jerónimo, el hombre más viejo, fue el que volvió con los tintos en la mano, el hombre parecía ser de esa clase de personas joviales, optimistas, imbuidas en la filosofía mostrenemse, que sacan a pasear la sonrisa fácil y por eso mismo Czizek lo miraba mucho y muy detenidamente. A pesar de las goteras ninguno de los tres parecía preocupado que las cosas por allí se mojaran, el desorden estaba esparcido por todos los lados y aunque tenían un sofá, uno floreado y hecho de tela desteñida, el resto de la sala solamente la ocupaba una enorme mesa plástica con un reguero de objetos de cocina, velas, bolsas, ropa doblada, comida enlatada e incluso un pebetero. Una gota rodó por lo que parecía un tarro de sal.
—No sabíamos que recibiríamos una visita de la policía hoy, no tenemos mucho tiempo aquí.
—No señor, no soy de la policía, soy el agente Julián Czizek del DACOM. Estoy aquí por sospechas de inoculación, seré yo quien les haga seguimiento si tenemos inoculados.
Y el hombre palideció.
—No me diga que inoculación. No puede ser.— El hombre pareció desesperarse y empezó a mascullar. —Venimos desde Orocué, no sabe lo que hemos tardado, llegamos hace apenas como una semana, es que no, es que mire, apenas podemos vivir aquí, no nos diga que ya nos cogió esa peste. ¿No nos cogió por allá y en cambio aquí sí?
—Tranquilo, tranquilo, primero ustedes me responderán unas preguntas básicas, haremos una prueba que durará una media hora y si tenemos irregularidades los llevaré a la Unidad de reacción inmediata del DACOM.
—Como usted diga.
Mientras Czizek les hacía preguntas y les daba la pastilla de prueba se dio cuenta de que la mujer y el chico sentados casi no hablaban, era gente que solo miraba hacia abajo y aunque les preguntaba por los lugares en los que habían estado, donde habían comido y donde pasaban la mayor parte del tiempo de ocio o por el estilo, no solo hablaban de manera escueta, sino que no parecían ni asustados ni inconformes con la posibilidad de estar inoculados, parecía que respondían más por reflejo que por voluntad propia, que eran como fantasmas. El tinto se acabó y el hombre por el contrario seguía contestando la mayor parte de las preguntas y haciéndole la conversa mientras los otros dos se ponían las pastillas de prueba bajo la lengua..
—Pues siéndole sincero no sé agente, mire nosotros nos subimos a los buses para conseguir plata, no tenemos ingreso fijo, allá teníamos una parcela, teníamos la finca y hacíamos lo que podíamos, mi muchacho iba al colegio y todo, yo vendía arroz, yo no sé como será lo de La mortandad aquí pero allá nosotros no nos preocupábamos de eso, allá uno se preocupa es que con la lluvia no se le pudra a uno la cosecha, que las plagas no se la coman, o sea usted por allá casi no ve esas cosas ¿me entiende? O sea de vez en cuando uno si le toca ver algo, o escucha algo por la noche por fuera de las casas y cuando uno ve que esos se ponen como locos y quieren pegarle un mordisco usted saca un machete y tas, le da duro, no más.
—¿Pero cómo así, no llaman al DACOM cuando hay inoculados?
—¿DACOM? ¿Cuál DACOM?— Rió. —No mijo, usted no ve nada de eso por allá, si a duras penas hay policía ahora imagínese, allá a uno le toca con lo que tenga. Mire, de nuestra familia solamente se nos ha inoculado una tía de nosotros, el dios la tenga en su gloria, porque se fue a un caño y cuando volvió ya se sentía mal, se murió esa misma tarde y le salió el coso ese, ahí fue cuando corrimos a darle con el machete hasta que pudimos matarlo, esa vaina da miedo, empieza a hablarle a uno dentro de la cabeza, no sé si me explico...
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Nada nuevo sobre el mar
Science FictionEn el último día de su vida, Celia Romero intentará encontrar el sentido de vivir o de morir, del pasado olvidado y de un futuro inexistente, mientras la plaga que diezmó al mundo hace casi veinte años empieza a hacer efecto en su mente y cuerpo.