El carro se estancó en el trancón que había por el paso de un desfile que parecía haber salido de la nada y que avanzaba por la avenida de un extremo de la cuadra hasta la otra.
No recordaba que en esas fechas hubiera una festividad importante y se le hizo extraño, la calle la inundaba un grupo de hombres vestidos de túnicas grises y negras bordadas con lentejuelas plateadas y algunas rojas, con arneses y riatas colgando como las de las maletas y con sombreros de distintos tipos, algunos de copa, de ala ancha, algunos gorritos e incluso vio lo que parecía un casco con un penacho, pero sin importar lo que vistieran, todos avanzaban lentos por el asfalto, al mismo ritmo pausado, ceremonioso, tanto que sus pisadas se perdían entre la vibración del motor del carro de Czizek. Algunos llevaban las manos desnudas pero otros sí cargaban con estandartes largos, de diseños viperinos y algunos iban también con máscaras estrambóticas de cráneos y rostros momificados, con expresiones vívidas, tanto que le dieron escalofríos, algunos de los elefantes que los acompañaban, grises y enormes, entrecortando la corriente de gente, arrastraban féretros negros oblongos, clavos, cintas y más máscaras de aspecto triste, dejando caer paja al pasar, sus pezuñas resonaban y el sol en lo alto les hacía parecer a todos lo miembros de aquel desfile negro seres etéreos y frágiles, hadas esbeltas talladas en hueso, hechos de columnas de humo, con silenciosos pasos que podrían desaparecer en cualquier momento, un ejército del inframundo que se exhibía ante los vivos, como el sueño más surreal de Kubin, un pintor que habían visto en clase de arte que había hecho unas ilustraciones espantosas. Era como si ellos fueran una enorme conmemoración a la oscuridad de los días.
Mientras tanto, adentro, Czizek se impacientaba con el trancón de la inexorable marcha y empezaba a buscar alguna salida en las calles secundarias.
Un caballo se asomó por el vidrio de la puerta del copiloto a medio bajar y Celia se sobresaltó: era un enorme individuo blanco con los ojos negros profundos incrustados en el cráneo que la miró fijamente por varios segundos con la pasividad que un animal de esos puede solo tener. De repente al parpadear se abrieron otros dos ojos horribles más arriba en la frente de caballo, naranjas con manchas negras, con las pupilas dilatadas que no se movían. Parecía que fueran la definición de la palabra porosidad porque aquellos, eran ojos tan porosos que al mirarlos sentía como su aliento se le escapaba y todo dentro de ella quería abalanzarse y filtrarse sobre el equino hasta volverse nada, como si fuera un agujero negro engullendo con la mirada. Y los ojos se hacían más y más grandes, o no, era que Celia se acercaba y se acercaba al vidrio.
—¿Te dormiste?— Le despertó Czizek que tenía los brazos como anclados al volante. —La hipersomnia es uno de los primeros síntomas de la inoculación, la escolopendra irá sedando poco a poco tus sentidos.
—Ya, ya, estoy bien.
—No digas eso, no estás bien, a nadie le pone feliz estar inoculado. ¿Qué te pasó? Pareces una persona diferente.
—Yo estoy perfecta con eso. Está bien. No tienes que preocuparte.
Czizek le dedicó una mirada que no supo interpretar, evitó comentar algo y en cambio aceleró hasta que en el pequeño horizonte del vidrio del frente del carro aparecieron las enormes torres de las UnRe, no debió haber pasado mucho tiempo porque siempre desde las UnRe hasta el colegio Celia tardaba como veinte minutos a pasos rápidos, pero Czizek había tenido que parar en a recargar gasolina con los sujetos de los bidones.
Ambos llegaron a la reja, él le preguntó por su número de identificación y ella le indicó.
UnRe es la abreviatura de Unidad Residencial, pero más completo sería Unidad Residencial Estudiantil del Distrito, las del sector comprendían al menos diez cuadrantes y eran las viviendas comunales más grandes de toda la localidad, cada bloque era un edificio largo y delgado de pálidos azules que en la base se deterioraban hasta ser blancos, blancos seguro por el sol y festín para la hiedra que crecía, las al menos treinta y dos columnas estaban también asediadas en su base con las innumerables manchas de moho y hierbajos y cada dos columnas había una habitación, o apartamento de UnRe. De la cima se veían goteras que aún escurrían de la noche interior, Czizek contó doce pisos así que se imaginó las gotas caer desde tan alto y lo duro que pegarían si alguien estaba debajo. Esos antes de La mortandad habían sido apartamentos comunes y corrientes donde además funcionaban ollas de microtráfico, pero el tiempo y las escolopendras los habían purgado.
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Nada nuevo sobre el mar
Fiksi IlmiahEn el último día de su vida, Celia Romero intentará encontrar el sentido de vivir o de morir, del pasado olvidado y de un futuro inexistente, mientras la plaga que diezmó al mundo hace casi veinte años empieza a hacer efecto en su mente y cuerpo.