Capitulo 8

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Desde el primer momento en que lo vi, mi corazón fue irrevocablemente suyo.
J.A.

Un mes después.

Ella tenía un secreto, no era escandaloso ni mucho menos peligroso para el resto. Pero era su secreto y eso lo volvía especial.

Era tonto si lo veías desde afuera, ya que ese secreto era referente a esa amistad que mantenía con una chica de la que nadie en ese pueblo sabía. Y eso la hacía muy feliz.

Tenía un secreto, ella que jamás había tenido uno.

Cada noche, desde hace un mes, ellas se reunían en el invernadero de su padre, avaces hablaban de la vida, avaces de sus gustos, y otras veces tocaban temas personales como el matrimonio fallido de una y el casi camino religioso de la otra.

Ellas ya tenían amigas, las amaban, pero eso que estaba surgiendo entre las dos, era nuevo, diferente y difícil de explicar.

¿Por que seria difícil de explicar? Era solo una amistad. ¿Que hacia especial ese secreto?

Por otro lado, Lauren no lo consideraba como secreto, para ella solo era increíble que después de tanto tiempo, nunca lograba coincidir con Camila en público.

Era como si su amistad se redujera a sus noches en ese invernadero. A pláticas de temas vanales.

A pequeños toques que le dejaban sin aliento. Si pensaba mucho en eso, se volvería loca.

Ya que si a Camila le gustaba su secreto, ella temía al suyo propio.

Sus emociones por las caricias inocentes de Camila la estaban volviendo alguien inestable.

La chica de solo veinticuatro años era de contacto, expresaba su cariño con abrazos, le agarraba las manos, las acariciba, al igual que su cabello. Tocaba sus mejillas con delicadeza, especialmente su nariz.

No podía confundir la inocencia de la chica, no podía mal interpretar su amistad.

¿Que mierdas pasaba con ella?

Camila estuvo a nada de ser monja, no tenía la menor idea de como coquetear ni muchos menos de iniciar una seducción. ¡Ya! Ni hablar del echo de que las dos eran mujeres. La chica era muy inocente, si Lauren le agarraba un seno, esta ni se daría cuenta de la intención.

Pero entonces, ella estaba en esa oficina, pensando en su amiga Camila y la suavidad de sus manos, en lo fácil que es reír a su lado, en lo desastroso que es la vida de la chica, en su hermosa sonrisa y como sus ojos se achinan cuando rie, en el sonido de su voz.

En especial, pensaba en su mirada, como siempre sus ojos mostraban admiración, cariño y respeto. Se sentía especial bajo esa mirada.

Sus perfectos ojos marrones la observaban atentos a sus palabras y expresiones. Cuidando sus acciones.

Si ella se levantaba, Camila lo hacia primero para ayudarla, si quería más agua, ella corría a buscarla. Si quería una rosa, ella se la daba. Era tan diferente al trato que recibía de otros, y le quemaba pensar que quizás Camila fuera así con todos.

A fin de cuentas, era un alma de dios.

Estaba empezando a creer que estaba en problemas.

Jamás creyó que aquello que la perturbo siendo adolescente, surgiera un poco fuerte en esos momentos.

Siempre fuiste de esas. Es sorprendente que nunca lo mostraras. Por eso eras un hielo en la cama. No eran mis caricias las que querías.

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