Capítulo catorce.

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Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Y entonces, cuando Hermione ya no sabía qué hacer para poder seguir manteniendo el contacto con su familia biológica, terminó pasando un año. La última misiva que recibió firmada por Narcissa fue en junio de 1995, pero ahora se encontraban en las navidades de 1996. Estaba a punto de cumplir otro año, siendo su cumpleaños el primero de enero, pero no quería. No quería pasar otro cumpleaños alejada de su familia biológica, sin saber si estaban bien o si las cosas habían empeorado en Gran Bretaña.

Varios meses atrás insistió en los Picquery de suscribirse al Profeta, el periódico de Inglaterra, con tal de poder estar informada y al día sobre los sucesos del bando del mal ocurrían al otro lado del océano. Sin embargo, las dos personas, que consideraba, sus padres se lo negaron. Al fin de cuentas, que no estuviera viviendo con los Malfoy era por su protección y ambos adultos, decidieron que no era buena idea.

No obstante, la joven Hermione no era una persona que se rendía con facilidad. Ella prefirió seguir insistiendo durante semanas, por mucho que siguiera obteniendo negativas por parte de los Picquery. Hasta el día de hoy.

En la vigilia de Navidad, Hermione bajó al comedor como si no tuviera un plan en mente. Llegó al último escalón, sonriendo falsamente, encontrándose con el matrimonio que la había cuidado durante años.

―Tenemos que hablar ―dijo, finalmente, una vez se sentó en su silla―. Quiero la verdad, y nada más que la verdad. Por favor.

― ¿Qué sucede, amor? ―preguntó la mujer, con dulzura, pese a la mala relación que ahora tenía con su hija.

―Narcissa mencionó, en su última carta, que podíais contarme todo sobre la guerra mágica ―inquirió la adolescente, para después añadir―. Así que quiero saberlo todo, saber si mis padres están vivos, si mi hermano está fuera de peligro también. Quiero saber si mi familia está bien.

―Es mejor que no sepas mucho, Hermione... ―comentó su padre, aunque al recibir aquella mala mirada por parte de la castaña, suspiró―. Está bien, te contaremos sobre la guerra. Pero cariño, debes prometernos que aprenderás Oclumancia y cerrarás tu mente, que sea inaccesible.

― ¿Oclumancia? ―preguntó, arqueando una ceja, dubitativa―. ¿A caso hay alguien que quiere ir detrás de mí? ¿Alguien que sepa de mis verdaderos orígenes? ―recibió una negativa por parte de los adultos, pero no terminaba de confiar en eso―. Aprenderé, lo prometo. Pero cuéntenme y dejen de ocultarme cosas. ¡No soy una niña! ―acabó gritando, casi perdiendo los papeles.

No era su culpa que el nerviosismo y la culpa predominasen entre sus emociones. No era su culpa no poder gestionar todo aquello, superar la mentira en la que había vivido durante años. Y es que, si ya de por sí nunca había sabido gestionar bien sus emociones, con toda esa situación que llevaba arrastrando e intentando de comprender y asimilar desde hacía bastante tiempo, ahora no podía hacer nada para evitarlo.

―Verás, Hermione ―continuó su padre, tras recibir una mirada de advertencia por parte de Jessamine―. Hace muchos años, un mago tenebroso que era conocido como El señor de las Tinieblas ascendió al poder. No tenías muchas opciones; te unías a él o morías. O huías, como hizo Jessamine. No todos consiguieron vivir tras eso. Así pues, cuando él subió al poder, un grupo de magos y brujas que eran leales a la causa, se conocían como mortífagos. Se les caracteriza por seguir unos ideales basados en la supremacía de la pureza de sangre, y por tener una marca dibujada en el antebrazo izquierdo, el símbolo de marcaje de ellos. Una calavera que acababa en forma de serpiente, como si el animal característico de Slytherin saliese de la boca de la calavera. Entonces, los Malfoy se unieron. Mejor dicho, Lucius fue quien se unió. Era habitual que las familias de sangre pura que no eran tachadas de traidores se unieran a la causa; así como el otro bando, el conocido como orden del fénix y encabezada por Albus Dumbledore, director de Hogwarts, también combatían contra la oscuridad. El señor tenebroso cayó ante un bebé, de nombre Harry Potter ―la castaña asintió, había leído sobre el niño en algún que otro libro de historia y de defensa contra las artes oscuras. Y, sinceramente, no creía que la causa de la caída del mago oscuro hubiese sido el niño como tal, sino una protección hecha por un tercero―. Parecía que todo había acabado, por aquel entonces era octubre de 1981, poco antes que tú nacieras.

―Sin embargo, no entiendo la razón por la que los Malfoy decidieron dejarme con ustedes y hacerme creer que eran mis padres cuando, en realidad, no lo son ―comentó irritada la adolescente, viendo que no llegaban al punto que le interesaba―. ¿Yo era del interés del tal Señor Tenebroso? ¿Lo sigo siendo a día de hoy? ¿O simplemente fue un recurso para que nadie diese conmigo en aquel momento?

―Ni nosotros sabemos qué ocurrió exactamente como para poder darte una respuesta a todas tus preguntas, pero sí sabemos que no dejaremos que estés en peligro ni que viajes a Inglaterra ahora que la oscuridad ha vuelto ―sentenció Jessamine, cortando finalmente a su esposo―. Y no se hablará más del tema, así como queda prohibido intercambiar correspondencia con ellos.

―No me prohibirás escribirme con mi familia biológica, Jessamine ―gruñó la castaña, levantándose sin pensárselo dos veces―. Es mi decisión hacerlo y más te vale no haber interceptado mis cartas, porque entonces sí me enojaré y no volverás a verme.

Hermione salió hecha una furia del comedor, notando como su rostro ardía de rabia. Aunque había conocido parte de la historia, sentía que todavía le ocultaban más cosas. Y sabía dónde encontrar respuestas: en el despacho de su padre.

✓ | Hermione Malfoy, regresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora