Capítulo 05

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Cuando Danielle ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió como su estómago rugía por el hambre.

Parpadeó, sorprendida, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Haerin decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambas tenían, solían comer fuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, las conversaciones tontas, pero bonitas, que solían tener.

—Bienvenida, Danielle —le gritó Haerin desde la cocina, y de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, sólo que, en lugar de abrazarla por la cintura para hacerla reír y darle un par de besos en el cuello y los labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta. Vio su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles atado a su cintura—. Te extrañé mucho, ¿cómo te fue hoy?

No podía quitar sus ojos de la menor.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa sonrisa hermosa que poseía, esas mejillas adorables que quería tocar todo el tiempo.

Por un breve instante, quiso abrazarla, enterrar su rostro en el pecho de la coreana y acurrucarse en sus brazos, como hacía meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando Hanni era sólo una asistente y no algo más.

Hanni.

La pobre de Hanni mirándola con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Haerin, hablándole sólo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con ella.

—Bien —respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el abrigo—, cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro comercial.

—Felicitaciones —felicitó, girándose, dándole la espalda—, te lo mereces, Dani, trabajas duro.

Y tú, Haerin, te mereces a alguien mejor, pensó Danielle, caminando hacia el cuarto para cambiarse de ropa.

De forma inevitable, recordó a Haerin dentro del auto de esa desconocida a quien llamó una de sus pacientes, mirándola con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender. La desesperada necesidad de alejarla de ella, de impedirle que la besara, llegó de forma inevitable obligándola a actuar.

Sonaba como una maldita hija de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. Haerin podía ilusionarse con facilidad, y si esa desconocida sólo la quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Era eso. Sólo eso, lo juraba.

Haerin, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día salió más temprano porque su último paciente canceló la hora, así que aprovechó para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando las dos tenían tiempo, podían estar todo el día cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse demasiado de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía, freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.

No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que no resistían para llegar a su habitación, haciendo el amor donde se encontraran. Toda esa casa estaba marcada por ellas, nunca se detenían en el momento en que los besos fogosos comenzaban y la ropa empezaba a estorbar.

Así que, al salir, pensó que podía cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que Danielle aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.

Las cosas estaban... Estaban igual que siempre. Sí, Danielle la iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les iba en el día, cenaban juntas, y luego se iban a dormir.

Haerin quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Danielle, hacerle ver que seguían conectadas, sin embargo, tenía miedo de que la más alta le rechazara.

Y, ese rechazo, Haerin no se veía capaz de manejarlo.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Danielle estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.

—¿Cómo te fue a ti en el trabajo? —preguntó Marsh, con tranquilidad, mientras se sentaba.

Haerin se encogió de hombros.

—Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados —sonrió suavemente—. Sohyun estaba mucho mejor. Hoy Jinni y Sullyoon la acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Sohyun no esté tan solita.

—Es un trámite largo —respondió la extranjera, indiferente.

La sonrisa de Haerin se volvió algo triste y apenada.

—Sí...

Danielle dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectada de Haerin, y luego mordió su labio inferior.

—Tengo dos entradas para el cine mañana —le dijo repentinamente, notando como sus ojos se iluminaban—, ¿quieres ir? Luego podemos cenar fuera, Hae.

Haerin asintió, contenta de ver que Danielle estaba invitándola a salir fuera. Pensó en hacerlo ella, sin embargo, no se le ocurrió dónde ir. Eso de planificar citas normalmente no le salía nunca bien.

—¿Qué película es? —preguntó entusiasmada.

Danielle sonrió de lado.

—Es una de terror —dijo con cierto tono burlón en su voz.

Su esposa la miró con incredulidad.

—¡Danielle, sabes que esas no me gustan! —reclamó como una niña pequeña.

—Vamos, Haerin-ah, tienes veinticinco años —se quejó—, además, no tienes por qué tener miedo.
Unnie estará allí para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Danielle dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambas fueron al parque de diversiones, Haerin comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. Danielle le tomó la mano como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no tuviera miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, Haerin salió llorando también, prometiendo que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambas como una promesa secreta entre las dos.

—Si tengo pesadillas será tu culpa —dijo Haerin con voz débil.

Danielle asintió.

—Es una fortuna que durmamos juntas entonces, Rinnie.

Haerin se sentía feliz de ver a Danielle intentarlo, aunque Danielle estuviera todavía confundida e indecisa. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.

Pero prefería verla intentando a verla rendida.

Si Danielle se rendía, entonces Haerin podía darse por perdida.

apego; daerinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora