Esta mañana tenía mucho malhumor y no entendía ni sabía por qué, pero ahora recapitulando para escribir esto me doy cuenta del motivo, es que ¿Cómo no iba a estar de malhumor? Si ayer limpié todo antes de irme a dormir y ahora hay un desastre en el departamento de nuevo, además de que madrugué para ir a la facultad y avisaron sobre la hora que se suspendían las clases por duelo, y si quieren conocer la primera discusión del día, invito a que sigan leyendo.
— ¡Julián Bruno Ortega! Estoy harta de que dejes las tazas y platos sucios arriba de la mesa, la ropa limpia arriba del sillón, y tu ropa interior colgada en la canilla del baño. No podés ser tan desordenado.— El nombre salió de mi boca como un grito, pero el resto solo eran quejas con un tono normal, es que detestaba que sea tan desordenado, no podía entender cómo era capaz de vivir así.
— Dejá de gritar, son las 7 de la mañana, es muy temprano para discutir. — Él soltó una queja, pero seguía con la taza de café en la mano y comiendo galletitas con tranquilidad.
— ¿Esa va a ser tu defensa? ¿Qué son las siete de la mañana?— Él asintió con la cabeza y yo solté una risa mientras negaba, me ponía nerviosa que esté tran tranquilo.— Hay que poner ciertas reglas de convivencia, porque me parece que esto no está funcionando, hago todo sola y vos sos un desastre, corazón.— Me quejé robándole la galletita que tenía en la mano.
— Vos sos la que tiene un problema con la limpieza, no yo, mi vida. — El sarcasmo estaba presente en su voz.
— Yo no tengo ningún problema con la limpieza, simplemente me gusta el orden.— Mamá y yo habíamos vivido con la abuela un buen tiempo y ella era muy meticulosa con la limpieza, después cuando mamá montó la librería, esta tenía que tener un cierto orden así que, es algo que había aprendido con la vida.
— Pero ves una taza sucia y te agarra un ataque de nervios, eso no es normal.— Julián siempre tuvo a alguien que limpiara por él, creo que por eso es tan desordenado. Antes tenía a alguien que solía venir a limpiar, pero no sé qué pasó después.
— No veo una taza, veo la pileta llena de tazas. Como el primer día de estos 30. — En este tema nunca íbamos a ponernos de acuerdo. — Lavar una taza te lleva cinco minutos, el trabajo y la facultad no son excusa.— Me senté en el sillón mirando de reojo la mesa donde él estaba todavía desayunando, siempre se tardaba muchísimo en hacerlo, salvo cuando quería escapar de la charla.
— Es que cuando yo tenga un tiempo voy a acomodar mi parte, así como cuando volvía de la facultad lavaba las tazas sucias. — Mintió descaradamente mientras se encogía de hombros y daba el último sorbo a su café.
— Dicen que a las personas muy mentirosas, les suele crecer una nariz más larga que la de pinocho.— Bromee recordando cuando mi abuela me decía esa frase, pero a Julián no le hizo gracia.— ¡Ay, Amargado! ¿No sabés reírte de un chiste?— Suspiré rodando los ojos, últimamente estaba muy sensible.
— Me ofende más que me digas amargado que mentiroso.— Se quejó y llevó la taza a la pileta, me levanté como un resorte para seguirlo y ver cual era su accionar, porque a veces las cosas le entraban por un oído y le salían por el otro.— No hace falta que vengas a registrar si lavo, mamá.— Bromeó y los dos soltamos una risa.
— Por eso, espero que empieces a ayudarme con la limpieza porque claramente tu mamá no soy. — Le di un último regaño antes de ponerme los auriculares y empezar con la limpieza del departamento, al menos me podría entretener un rato.
— Tengo que salir. — Avisó antes de hacer la puerta giratoria, él tenía esa costumbre siempre, los portazos eran su característica más preciada.
Cuando terminé de limpiar, fui a trabajar y volví de peor humor que solía tener esta mañana, es que la atención al cliente me ponía de los nervios. ¿La peor parte? Cuando llegué, había dos tazas arriba de la mesa, un paquete de galletitas abierto, y la misma estaba llena de migas, el sillón con dos mochilas y camperas.
No sirvió de mucho respirar hondo, así que, con la campera y mochila puesta, tomando valentía, me metí a la habitación de Julián, y ahí estaban Julián y Felipe viciados con la Playstation.
— ¡JULIÁN! Estuve toda la mañana limpiando, para que vos hagas un lío otra vez, me tenés cansada.— Él pegó un salto con el primer grito, pero siguió sin despegar la vista del televisor, yo aproveché para mirar su habitación y era el mayor desastre que pude presenciar alguna vez, pero como por suerte no me tocaba compartir este ambiente no iba a decir nada.
—Ahora voy, no te enojes, shhh.— Eso solo hizo que me molestara más, porque sabía que me molestaba ver cosas sucias y fuera de lugar y por más que esta sea su casa, por el momento era de los dos y había que respetarnos mutuamente.
— Lunita, estamos en medio de algo importante. — Felipe parecía idiotizado al igual que mi exnovio.
— Obviamente que vas a ir, ¿O esperas que sea yo que ordene tu desastre por decimoquinta vez?— Volví a reclamar y me quedé cruzada de brazos esperando que pusiera pausa a su juego y fuera a darme el gusto de ordenar, pero él parecía no notarlo y respecto a Felipe decidí ignorarlo o iba a explotar.
— ¿Necesitas algo más?— Preguntó al ver que no me iba, pero sus dedos seguían sobre el bendito joystick de la Play, entonces me dejé llevar por mis nervios e impulsos y apagué el aparato.
—¿Que hizo esta loca?— Se quejó Felipe agarrándose la cabeza, me hubiera defendido de no ser porque necesitaba que Julián me pusiera atención.
— A limpiar, ahora. — Ordené mientras abría la puerta de la habitación, y le señalaba la misma. No era justo que había trabajado todo el día, parte de este en la limpieza y parte en la librería para llegar a casa cansada y encontrar todo lo contrario a como la había dejado.
— ¡Era la primera vez que habíamos logrado pasar ese nivel! No te costaba nada esperar cinco minutos, además no entiendo que te jode que lo haga a mi tiempo.— Se quejó levantándose de la cama y poniendo cara seria mientras pasaba por al lado mío y yo rodé los ojos, Felipe seguía quejándose en voz baja, pero al ver que la situación se estaba volviendo incómoda decidió cerrar la puerta de la habitación y yo vigilé que mi ex se encarga de ordenar su desastre.
—Pudiste haber puesto pausa, haber acomodado tu desastre y después seguir, trabajo todo el día como para venir a hacer las cosas por segunda vez, sabés que no tolero el desorden, no es como si no me conocieras, Julián.— Fui a la cocina por una botella de jugo y un tenedor, después pegué el portazo más fuerte que pude y saqué un tupper de la mochila, hoy habíamos tenido un día pesado y mi mamá me había preparado comida para que no tuviera que cocinar.
Juro que este hombre me sacaba de mis casillas con este tipo de actitudes, es por eso que decidí venir a descargarme escribiendo, y a refugiarme en la tranquilidad de mi habitación, además tampoco quería soportar los comentarios inoportunos de Felipe, ni que me llame "Lunita"
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30 días para recuperar(ME).
Roman pour AdolescentsJulián Ortega y Evaluna Herrera, dos personas separadas por la falta de comunicación, de confianza, de tiempo, de un factor desencadenante pero nunca por falta de amor. ¿El factor desencadenante? Una mentira.