III: Hilo para zurcir.

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Considerarlo es, ya en sí, una locura, pero el hecho de que sabe quién soy me intriga tanto que negarme a ir hacia donde está... un momento ¿por qué nadie me ha escuchado?

Puedo ver las luces de afuera desde aquí, las de las patrullas, ¿por qué nadie me ha dado una respuesta?

Revisando el celular veo que no hay señal, solamente están disponibles las llamadas de emergencias y... —: Pero ¿y entonces...? —no funcionaban tampoco...

No suelo ser supersticioso, siempre he tratado de darle una explicación a todo, pero no hay que ser muy espiritual para darse cuenta de que lo que está pasando, simple y llanamente, no es natural en ningún aspecto.

"¿Sabes y estás seguro de lo que estás deseando?" — ¿Qué quiere decir con eso? — "¿Estás dispuesto a escuchar lo que tiene que decir y vivir con el peso de saberlo?" — ¿Qué sabe "Él" de lo que estoy buscando...?

Echarse para atrás sería un sacrilegio para mi profesión, un insulto para mí y una falta imperdonable para todos los que han sufrido por esto...

Pero, aun así —: ¡Gustavo! —debía descartarlo — ¡Miguel! ¡Roxana! —con la intensidad que estoy gritando... — ¡Oficial Hurtado! —si nadie me está escuchando...

—Definitivamente —escuché en el aire, la misma voz de ese tipo —, algunos de verdad esperan que venga fuego del cielo solo para poder creer en mis palabras...

Ver a la muñeca en mis manos era todo lo que necesitaba para ir hacia ese lugar, ese pasillo que, ciertamente, era más oscuro de lo que esperaba. Ese sujeto, ese tipo va a hablar ahora.

No me tomó mucho llegar al final de este pasillo para encontrarme de que ahora hay una puerta cerrada, la cual abrí sin cuestionarlo un instante. Sin embargo, al hacerlo me encandiló la (extraña) nueva iluminación...

Tras la puerta me topé que había un patio un tanto distinto, no se veía tan abandonado como hace unos instantes; sin embargo, lo que ya no estaba tan seguro de creer ver, es que la luz no provenía de ninguna bombilla, sino que era del cielo, era de día...

—Pero ¿por qué no la puedo usar? —escuché la voz de alguien... como una niña — Se supone que la muñeca es para las niñas.

—Sí, pero no sabrías usarla —parece que le respondió otro niño.

—¡Ah, pues! ¿Cómo no voy a saberlo?

Caminé buscando de dónde provenían las voces y no me llevó mucho, una vez en el patio vi a la distancia a un par de infantes, una niña y un niño, que jugaban con unos muñecos de trapo; el niño estaba con la muñeca, mientras que la niña tenía un muñeco.

Acercarme dejó en claro sólo una cosa: por alguna razón, no me estaban viendo.

—¡Bueno pues! ¿No entiendes? Yo puedo jugar como la mamá porque yo sé cómo debe actuar una mamá, además, esta muñeca me la hizo ella... —le dijo el niño —. Tú sí tuviste papá, por eso puedes jugar como él.

—Pero este muñeco se parece más a tu papá. —Le respondió la niña.

—Ni siquiera yo sé cómo se veía mi papá; además, ¿por lo menos sabes lo que una mamá hace?

—¡No! —La niña se molestó y dejó el muñeco a un lado, cruzando los brazos y mirando a otro lado, haciendo un puchero.

—Pero no te pongas brava, Victoria...

Por sus tamaños, podría asumir que son niños menores de diez años, por lo menos hablando por el chico, pero la niña aparenta ser mucho más menor, le daría unos seis. Sus vestimentas no son para nada comunes, eran anticuadas, como si los hubieras sacado de un show de princesas...

La casa de las muñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora