VII: Fría como el viento del otoño.

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Pero el sonido fuerte de una puerta abrirse con violencia fue lo que escuché al sentir cómo una abrumadora fuerza me haló hacia atrás. En un pestañear, volví a escuchar cómo se cerraba con la misma intensidad, solo que esta vez estaba de nuevo en el pasillo, y la puerta que tenía al frente ahora estaba totalmente cerrada con un candado.

Es la primera vez que tiemblo en décadas, mis manos, sin recibir una orden, voltearon a la muñeca que sostenía, para que pudiera verla de frente.

—Eliana, ¿eres tú? —esto es de locos... — Vamos, háblame...

No cabía duda, ahora que tengo este momento para verla, esta muñeca tiene su rostro de niña, una que otra cosa está estilizada, pero esos ojos, esas cejas, esta muñeca es... La muñeca habló, de eso estoy seguro, juraría por Dios que eso pasó.

—Ahora tienes más para saber —Volteé a verlo inmediatamente —, mantén la compostura, falta un poco. —"Él" estaba sentado en una de las bancas del patio.

La acerqué a mi cara y le dije —: Eliana, te lo juro, saldremos de aquí... —No sé cómo, pero no quedará así.

—¡Listo! ¡Podemos continuar! —sentí un retorcer en mi pecho cuando escuché la voz de Francisco otra vez, pero no pude hacer otra cosa que fingir normalidad y...

—Muy bien —recibirlo como si nada...

Las puertas de la colección del otoño se abrieron, y esta vez, impresionado sí que estoy, pues el pasillo se notaba increíblemente largo, de hecho, podías ver que llegaban a haber espacios vacíos antes del fondo, pero, otra vez, sin ventanas; había tantas muñecas, que eran tanto la exhibición como la decoración, estaba casi repleto de ellas.

Pero, en cuanto a esas muñecas, eran distintas a las anteriores porque...

—Aquí comencé a usar otra técnica —dijo Francisco —, quería algo que me fuese fácil de moldear; el fieltrado me gustó bastante, pero sus desventajas me hicieron cambiar.

Todas las muñecas tenían un aspecto hermosamente inquietante, con mayor nivel de detalle y estaban hechas de un material más...

—Dura —dije al tomar una —y algo pesada... —Las muñecas ahora cambiaron de estilo, están con vestimentas más modernas, no mayores de lo que se usaba hace veinte años.

—En esta etapa las hice de arcilla, aprendí gracias a que un amigo mío que hacía jarrones y vasijas me permitió trabajar con él.

Había una que tenía la cabeza rota... horriblemente. Francisco la tomó y la examinó, como si estuviese extrañado.

Dije —: Creo que la única desventaja que podías tener con ellas es su fragilidad.

—Sí, aunque de verdad que se me hizo más sencillo el trabajo. Lo que antes eran horas con el fieltrado, ahora eran minutos con arcilla, pues podía darle la forma de una manera más rápida e igualmente precisa, de manera que podía plasmar su belleza con mis manos de manera literal, como si pudiera acariciar su rostro. —La forma en que dijo eso último me llamó la atención, sonó muy extraño.

—Les tienes cariño ¿no? —esforcé todo mi ser para no decirlo con tono sarcástico.

—Las muñecas que hago tienen el propósito de mantener y conservar la belleza humana, por eso cada una de ellas es única, pero... —volvió a ponerla en su lugar — lastimosamente, todo lo que está hecho en ese material termina por perecer si no se le es delicadamente tratado; una vez rotas, era imposible repararlas a menos que empezara de nuevo, y nunca jamás sería igual que la primera.

—Dudo mucho que, con el talento que tienes, no seas capaz de rehacerlas.

—No importa mucho lo que las manos puedan hacer, todo lo bello y precioso no se puede replicar dos veces con el mismo sentimiento; la hermosura que tienen la primera vez es irremplazable; una cosa es reparar, otra es rehacer, no sé si así lo entiendes.

La casa de las muñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora