IV: La ternura de la primavera.

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—En todas estas habitaciones se encuentra mi colección —dijo Francisco señalando las puertas que había a lo largo del pasillo —. Tenerlo hoy aquí es un gusto, señor.

De verdad, que de vez en cuando su mirada se desvíe a la muñeca que cargo me inquieta...

—Pues, está bien. —Me levanté dispuesto a seguirlo.

La primera puerta estaba a menos de tres metros de nosotros y encima del marco de la puerta había una pequeña placa que decía: "Primavera", hecha de madera.

De camino a ella, me di cuenta de que los niños seguían ahí, el chico parecía tratar de animar a la niña que parece haberse puesto a llorar...

—¿Sabe? Creo que esta es la primera vez que enseño mi colección con esta emoción —me dijo el tipo.

—Ah ¿Sí? —En ese instante en que distrajo mi mirada, cuando volví a verlos, me di cuenta de que "Él" estaba detrás de los niños, pero mirándome a mí.

—Espero que pueda apreciarlo tanto como yo... —dijo Francisco antes de abrir la puerta.

Chirrió como lo esperarías de una puerta antigua; con una pequeña corriente de viento que salió de ella, lo que asumo es el cuarto de "La colección primavera" se iluminó casi por completo, mostrando un cuarto más largo que ancho, el cual sólo constaba de un pasillo con unas vitrinas a cada lado, llenas de puras muñecas de trapo, para mi "sorpresa".

Francisco tomó aire y caminó delante, y yo lo seguí, fue ahí cuando comenzó a hablar —: Estos son mis primeros trabajos, las conocidas como "muñecas de trapo", solía hacer bastantes cuando era pequeño.

—¿Sí? ¿Desde cuando haces muñecas? —me detuve a ver unas para poder detallarlas.

—Fecha exacta... no sabría decirle —tomó una de las que tenía cerca —. Cuando era muy pequeño, veía a mi madre hacerlas. Ella era costurera, muchas personas venían por su trabajo y ella usaba las sobras para poder hacerlas, muchas de las que hacía era para las niñas de la familia o amigas, ella me dijo que era una forma de preservar la lindura.

Viendo las que tenía al frente, me di cuenta de que sus vestidos eran increíblemente detallados, a pesar de que algunas se veían extrañamente "desinfladas", el detalle estaba en sus ornamentos; todas parecían ser una colección de alta alcurnia y... olían muy bien, como si hubiesen sido perfumadas durante su creación.

—¿Y todas estas las hiciste tú? —pregunté.

—Sí, sólo hay una que yo no hice.

—Por casualidad ¿no has pensado en vender o regalar algunas? Tienes bastante.

—En realidad tuve un momento en el que las vendía, pero preferí guardarlas porque tenían un defecto, y es que el problema de estas muñecas es que son de adorno —tomó una de las que se veían sin relleno —. Verá, todas están rellenas con flores, siempre que hacía una la rellenaba con pétalos o hierbas porque, en su momento, tampoco tenía suficiente dinero como para comprar un relleno decente.

—Con razón...

—Sí, pero al menos se tenía una muñeca que duraba poco, pero a su vez —acercó la muñeca a su rostro y la olió—, por tener esos aromas tan agradables, tenían un incentivo para no jugar de manera ruda, porque tenían algo qué preservar. En cuanto a las de aquí, pues aún conservan su forma porque nadie ha jugado con ellas; lo cual, para mí no es un problema, porque no están hechas para ese final.

Este sujeto parece tener un apego con esto, por lo que me ha explicado, es muy fácil de deducir

—Entonces, eran hechas para fines decorativos.

—Sí, y nunca me agradó la idea de vendérselas a cualquiera, no me gusta pensar que alguien se la llevó para tratarla de una manera... simplemente, personas que dan el valor a las cosas por su costo y no por lo que significó hacerlo, son el tipo de personas en las que no confiaría para darle una, porque así lo aprendí: "Lo que con amor se hace, con amor debe cuidarse". —dejó a la muñeca donde estaba y siguió caminando a lo profundo del pasillo.

Yo aproveché y saqué varias fotos del lugar mientras lo seguía, no quería que ningún detalle quedara por fuera, como lo era también que el cuarto estaba adornado, parecía una ambientación de la realeza, con alfombras en las paredes y una que otra cortina; sin embargo, no había ni una sola ventana...

—A mí me gusta destacar, de entre todas mis creaciones, a las más hermosas, no porque desprecie a las demás, sino por el significado que tuvo para mí su misma existencia. —dijo al lado de algo que estaba cubierto con una sábana.

—Tu mejor muñeca ¿no?

—En sí, no la hice yo... —quitó la sábana y reveló a una muñeca dentro de una cúpula de cristal —, sólo la mejoré, no solo para resaltar su belleza, sino para preservar la hermosura del sentimiento con el que fue creada. La muñeca que mi madre me dejó antes de morir.

Esa era la muñeca que tenían los niños de afuera...

—Ciertamente —le tomé una foto —, le diste un toque personal, su vestido es hermoso.

La reconocí porque su tamaño era igual a la que había visto, pero ahora su vestido estaba mejor, antes simplemente era rojo y parecía ser de campesina, ahora está adornado con bordes crema y tenía un moño dorado en el centro del pecho, que tenía una piedra escarlata como broche. Su cabello estaba hecho con cuerdas y tenía una tiara plateada... muchos detalles como para que un hombre como yo la describa.

—"Cuídala bien y vigila el cómo la guardes, pues así estaré en tu corazón" fue lo que me dijo al entregármela, por eso ha recibido los tratos que le di; debo mantener el recuerdo de mi madre como lo que es: la reina que le dio sentido al palpitar de mi corazón.

El sitio transmitía una sensación nostálgica, se me hizo imposible no pensar en mi niñez, en mi abuela...

—Y... ¿puedo preguntar de qué murió? Me dijiste que ocurrió cuando aún eras un niño, ¿qué fue?

—No lo sabemos, a día de hoy pienso que fue producto de algún cáncer que se nos hizo imposible de detectar o diagnosticar en su momento. Comenzó a estar siempre cansada, con dolores que llegaban a durar todo el día; algo que sería fácil de detectar con la tecnología de hoy. Pero su fin fue el inicio de mi historia, yo continué con su legado y no dejé que su memoria se desvaneciera. Enseñé a muchas personas a hacer este tipo de trabajo... no fue de las mejores experiencias, pero no me arrepiento de ello. —Comenzó a caminar de regreso a la salida.

—¿Por qué dices eso?

—No era común ni bien visto que un niño se fijase en algo como lo son las muñecas, te podrás imaginar las burlas que recibía de los demás varones que me rodeaban.

Por mi manera de ser, y viendo la suya, no los culparía de pensar así, ciertamente no es algo común entre los hombres que vivimos en esta región, pero...

—¿Tú eres de aquí?

—Sí, nací y crecí en esta villa hasta que tuve que mudarme por mis estudios ¿Por qué?

—No, sólo curiosidad; de verdad que tu forma de hablar no parece para nada llanera.

—¡Ja, ja, ja...! —se cubrió la boca con la risa —. Sí, suelen decirme eso a menudo las pocas visitas que he tenido. Vamos, nos quedan otros cuartos más.

Mientras lo seguía de regreso, a mi mente vino un hecho que me pareció raro, y es que dijo "Villa" cuando habló de aquí, y que yo sepa, hace mucho tiempo que ese término no se usa entre los calaboceños.

Mirando una vez más atrás cuando llegué a la puerta, tomé una última foto y después vi a la muñeca en mis manos, sintiendo algo de alivio al ver que no parecía ser de esta colección, salí al pasillo.

La casa de las muñecasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora