XXII

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El vuelo de vuelta a Montenegro fue aún más silencioso. Will intentaba no rendirse ante el dolor de la herida en su hombro, tomando aspirinas para luchar contra ello. Hannibal parecía absorto en sus pensamientos, casi se podía sentir el engranaje de su mente hacer ruido, trabajando. 

Y aunque habían agregado otra experiencia íntima a su lista, relacionada con asesinar juntos, aún no se desvanecía aquella sensación del te amo prematuro o aquella emoción ardiente desconocida. Ese algo que los había estado acechando desde entonces. 

Estar de vuelta en lo que, indudablemente ya era un hogar para ambos, tal vez les ayudaría a dejar atrás todos esos malentendidos que construyeron en su viaje a Suiza. Derribar aquella insólita barrera que se autoimpusieron de pronto. 

A penas llegaron y aunque Hannibal insistió en ir a la casa primero para atender la herida de Will, este se negó rotundamente, diciendo con decisión que fueran por Hunter de inmediato. El Doctor Lecter lo esperó en el auto, porque también se ofreció a ir por el cachorro pero el chico se negó igualmente.  ¿Por qué se descuidaba por esa pequeña bestia manipuladora?, que llegase más tarde a recogerlo no habría hecho gran diferencia. 

Mientras esperaba, notó que su pómulo derecho se estaba cubriendo de un rojo fuerte, Margot no había sido destructiva pero sí le dio unos buenos golpes llenos de furia. A la altura del pecho también sentía un dolor quemante, seguramente iba a emerger un moretón más tarde. 

La puerta de la tienda de mascotas hizo el típico sonido de campana cuando la abrieron y Hannibal levantó la mirada. Ahí estaba, el cuidador de Hunter, sonriendo e intentando acariciar amigablemente al cachorro en los brazos de Will. Estaban conversando interrumpidamente, ya que Hunter quería toda la atención del chico y le lamía la cara como un loco. Will sonreía y asentía. El hombre frente a él hablaba y hablaba sobre algo. 

¿Will sonreía por el cachorro o por el insignificante cuidador de perros frente a él? 

El impulso antiguo, que Hannibal creía muerto, volvió. Ese impulso pasional de querer demostrarle, enseñarle, instruirlo, controlarlo, absorberlo y poseerlo. Hacerle daño. Herirlo para luego desvivirse cuidándolo. Que solo lo necesitara a él. Solo a él. Solo los dos. Nadie más. 

De vuelta en el auto, Hunter saltó hasta las piernas de Hannibal, le ladró y brincó en su lugar varias veces pero al no ver ningún tipo de reacción por parte del Doctor, volvió a los brazos de Will, quien terminaba de ponerse el cinturón de seguridad. 

Por alguna extraña razón, el silencio seguía gobernando entre los dos. Ambos estaban lo bastante inmiscuidos en sus propios pensamientos para dedicarse tiempo, para entablar una conversación, e incluso, para hacerse saber todo lo que sentían. 

Cuando llegaron a casa, Hunter seguía igual de emocionado, corriendo de allá para acá e intentando subir al sofá ignorando olímpicamente la mirada fría de Hannibal por ello, el cachorro sabía perfectamente que su querido amo, Will, lo defendería siempre y se aprovechaba de ello sin culpas. 

El Doctor Lecter estaba al tanto de que el buen humor de Graham se debía a todas las aspirinas que había tomado en el avión, por eso lo dejó jugar con la bestia manipuladora mientras se duchaba, pero en cuanto estuvo listo, apareció con un botiquín de emergencias en la sala. 

 —Acércate, déjame ver el estado de tu hombro, Will. 

—No es necesario, dejó de sangrar. 

Contratransferencia [Hannigram]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora