Capítulo 1.

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Lunes quince de febrero del 2026, a las doce del me-diodía. Isabella estaba sentada frente al televisor con la pantalla apagada, lo único que podía observar con claridad era el reflejo de su rostro pálido. Con sus ojos color avellana recorrió su cabello cobrizo, prestando atención a sus ondulaciones; después observó con detenimiento su cuerpo y sonrió, sintiéndose satisfecha con lo que veía.

La luz del sol iluminaba la mitad del apartamento. El desorden inundaba por completo el lugar. Isabella se puso de pie sin decir palabra alguna y caminó hasta el refrigerador, cogió la leche y vertió un poco sobre un tazón con flores de colores. Tomó con sus manos el cereal con pasas que tanto detesta, pero sabía que era lo único que podía comer antes de marcharse.

La puerta de su recámara se abrió y Esteban soltó un gran bostezo antes de salir a pasos lentos. Caminó hasta llegar a ella y la abrazó por la espalda. Isabella sonrió, podía sentir sin problema su abdomen desnudo pegándose a su ropa. Esteban le besó la mejilla derecha con sutileza.

—Buenos días —dijo Esteban con una sonrisa en el rostro. Isabella colocó la cuchara dentro del tazón.

—¿Amaneciste bien?

—Después de una noche romántica siempre amanezco bien.

Isabella no evitó el sonreír. Esteban tomó otro tazón y se preparó un cereal idéntico al suyo, Isabella sabía que él lo detestaba igual que ella. Decidió observarlo, queriendo estu-diar todos sus movimientos.

—¿Qué es lo que tanto observas? —se estremeció un poco, acababa de ser interceptada en mitad de su acto.

—Me gusta recordar... —dijo dejando el nerviosismo a un lado. Esteban sonrió.

—¿A dónde irás? —preguntó él.

—Tengo que buscar trabajo. No sobreviviremos más de este modo.

Isabella estaba harta de tener que lidiar con los pagos pendientes de su vida. Esteban era quien los mantenía eco-nómicamente con lo que lograba juntar gracias a sus ventas de remedios medicinales en las calles.

—Te he dicho que no es necesario que trabajes, yo puedo hacerlo.

—Esteban, necesito trabajar. No me gusta quedarme sentada y esperar.

—Isabella... —ella lo miró. —Está bien, haz lo que quieras.

Sonrió victoriosa, de nuevo había ganado la batalla. Colocó su tazón vacío sobre el lavaplatos, regaló un pequeño beso fugaz en los labios de su amado y corrió hacia la ducha.

La bañera estaba lista; había espuma al borde de ella. Isabella se deshizo de sus prendas rápido, por más que pre-tendía relajarse no lo logró teniendo en mente lo que hoy sucedería. Escucharlos del otro lado de la línea era distinto a mirarlos a los ojos; Isabella no sabía si estaba preparada para entrar en el juego de nuevo.

—Lo has hecho antes... —susurró para ella tratando de convencerse de que no era algo tan grave.

Sumergió el rostro en el agua y los pensamientos le lle-garon al instante.

—¡Isabella, despierta!

—¡No te atrevas a morir!

—¡No lo hagas!

—¡Detente!

—Está muerta...

Abrió los ojos de golpe y levantó el rostro. Respiró de-sesperada, tomó la bata de baño y se envolvió completa; contó hasta diez y salió del baño.

Sus manos se agarraron del borde de la cama, sintió que el aire le faltaba, su cuerpo comenzó a temblar de los pies a la cabeza, apretó fuerte los ojos y tragó saliva. —¡No! —su garganta ardió; el estruendo de la puerta le hizo recobrar la cordura y giró el cuerpo inconsciente.

HAVEN: No todo es lo que parece.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora