Capítulo 5.

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Esteban estaba preparando la maleta con las medicinas que vendería esta mañana. La espaciosa maleta negra se estaba llenando poco a poco con las cajas de pastillas y botes de las cremas naturales que él consiguió varios meses atrás.

Estaba molesto y preocupado a la vez. Se despertó alrededor de las nueve de la mañana y no encontró a su amada recostada a su lado sobre la cama. Se levantó y corrió hacia la cocina, en busca de alguna nota donde Isabella le escribía "no te preocupes, vuelvo a tal hora"; no la encontró. Lo que encontró fue sólo un refrigerador medio vacío, provocando que su estómago permaneciera completamente vacío.

Por fin terminó de preparar su maleta de "ventas medicinales" y se disponía a salir del departamento cuando Isabella entró un poco agitada. Esteban la miró fijo, esperando alguna explicación instantánea. Isabella tragó saliva, dejando en claro que estaba pensando qué decirle.

—Amor, fui a confirmar mi nuevo trabajo... —Isabella estaba nerviosa. Si Esteban tomaba su bolso podría descubrir su uniforme de cuero dañado y le preguntaría de dónde había salido. Sería algo un poco mortal para ella, y para él también.

—Está bien.

Esteban sonrió. Isabella lo miró sorprendida, su reacción no fue la que esperaba.

—¿Ya te vas? —preguntó viendo la maleta. Esteban asintió.

—Sí, vuelvo en un rato.

Esteban salió del departamento sin cerrar la puerta. Isabella apretó los labios y los ojos al mismo tiempo, tratando dejar el sentimiento a un lado. Por más que quisiera confiar en él la verdad, no podría hacerlo nunca. Su trabajo era en contra del beneficio social, Esteban jamás lo aceptaría. Isabella caminó para cerrar la puerta y se dejó caer con la espalda pegada a ella poco a poco hasta tocar el suelo. Tocó sus hombros y suplicó entre sollozos silenciosos por un abrazo de los que solía recibir años atrás para sentirse tranquila.

*

Esteban caminó lento por el parque de su colonia. Llevaba la maleta en sus manos mientras observaba los rostros felices de la gente. Anhelaba volver a tener ese rostro, pero lo que anhelaba más que nada en el mundo era ver esa felicidad en el rostro de Isabella. Hace tiempo que los problemas comenzaron a asfixiarlos poco a poco; él trataba de alejar la sofocación de su relación pero era la terquedad de Isabella lo que lo mantenía entre esas garras que apretaban su garganta cada vez más día con día. Por más esfuerzo que ponía, más fuerte era su asfixia.

Regresó a la realidad y siguió su camino. Tenía que obtener dinero para poder comprar comida y pagar la renta próxima a vencer. Esteban sintió menor presión al escuchar que Isabella ya tenía un trabajo, ahora ambos podrían solventar los gastos que tenían. Se detuvo en una nueva farmacia, tal vez y podría vender algo.

—Vamos, es cien por ciento natural —la señora no pa-recía convencida. —Funciona, le doy mi palabra.

—¿Para qué?

—Para todo tipo de heridas provocadas por navajas, incluso rasguños... —dijo con el bote de crema verde en su mano.

—Y esto, ¿para qué es? —dijo la señora tomando una de las cajas blancas de la maleta de Esteban.

—Jaqueca, fiebre o un simple dolor de cabeza... —Esteban no dejaba desaparecer su sonrisa.

—Estoy viendo que tu maleta está llena con medicinas comunes y corrientes.

Esteban sintió una punzada en el pecho. No sabía que responder, sólo lo típico.

—Pero son naturales... —la señora sonrió un poco. Esteban tragó saliva.

HAVEN: No todo es lo que parece.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora