¿Qué es esto? ¿Dónde estoy y cómo he acabado aquí?" Esa era la pregunta que retumbaba en mi mente una y otra vez, mientras me encontraba en este lugar carente de sonido, de luz, de cualquier indicio de vida. Caminaba, o al menos eso creía. Sentía que llevaba días, quizás semanas o incluso meses andando sin rumbo. El tiempo aquí no tenía sentido; se escapaba de mis dedos como si nunca hubiera existido. ¿Estaba atrapada o era libre en este espacio vacío? No lo sabía, pero tampoco importaba. La desesperación comenzaba a nublar mi juicio.
Decidí sentarme. Cansada. Agotada de este andar perpetuo, de este ciclo sin fin. Tal vez, si esperaba lo suficiente, algo sucedería. Ya no podía seguir vagando sin propósito por este paisaje retorcido, oscuro, donde nada tenía sentido. Los pensamientos se arremolinaban en mi mente, pero mi cuerpo ya no respondía. Solo quedaba esperar.
Y entonces, sucedió. Después de lo que parecían ser siglos, escuché un leve crujido, el sonido de una puerta abriéndose en la lejanía. Una luz débil se filtraba a través de la apertura, rompiendo el velo de oscuridad. Me levanté con el peso del cansancio sobre mis hombros, mis músculos tensos, pero decidida a avanzar hacia esa tenue esperanza. Al llegar, abrí la puerta con la ilusión de encontrar una salida. Sin embargo, lo único que me esperaba al otro lado era un pasillo largo, interminable. Luces colgaban del techo, iluminando apenas el espacio. A ambos lados, más puertas. Algunas grandes, otras pequeñas, de colores diversos, como si cada una ocultara un secreto distinto.
Detrás de mí, la puerta por la que había entrado desapareció. En su lugar, solo quedaba más pasillo, estirándose como una serpiente interminable. A lo lejos, mariposas revoloteaban, pero no eran mariposas comunes. No tenían color. Eran grises, pálidas, como si la vida les hubiese sido arrancada. El ambiente comenzó a cambiar. Las luces que colgaban del techo empezaron a parpadear, el silencio fue roto por susurros que parecían venir de todas partes y de ninguna.
Un líquido comenzó a gotear del techo, espeso y oscuro, manchándome la piel. Todo a mi alrededor se distorsionó, pasando de lo oscuro a lo abiertamente tétrico. El pasillo se volvió retorcido, y en ese momento, vi una ola de esa sustancia oscura avanzando hacia mí, devorando todo a su paso. Las mariposas intentaban huir, pero una a una eran tragadas por la oscuridad. Me quedé paralizada, sin poder moverme, viendo la escena con horror, hasta que escuché un susurro en mi oído. "Corre", dijo una voz, y mi cuerpo reaccionó. Como si un interruptor se hubiese activado en mi mente, mis piernas comenzaron a moverse solas. Corrí lo más rápido que pude, sintiendo el dolor en mis pulmones y el frío en mis pies descalzos, mientras la sustancia negra lo engullía todo a su paso.
Vi una puerta. Estaba cubierta por mariposas, pero esta vez eran muchas más. Estaban todas posadas sobre una puerta morada. No lo pensé dos veces. La abrí y me lancé hacia el interior, cerrándola de un portazo tras de mí. Dentro, las mariposas revoloteaban a mi alrededor, como si estuvieran tratando de decirme algo. Pero el lugar era extraño. Ya no estaba en el pasillo. Había entrado en un jardín cubierto de nieve, y a lo lejos, una casa se erguía solitaria, esperando. Comencé a caminar, dejando manchas de sangre en la nieve, mientras las mariposas caían a mi alrededor, una a una, como si cada paso que daba las condenara a morir.
Cuando llegué a la puerta de la casa, golpeé con suavidad, pero nadie respondió. Abrí la puerta y entré, buscando refugio del frío. La única mariposa que quedaba se posó en mi cabeza, y de pronto escuché un tarareo suave. Lo seguí, con curiosidad, y llegué a una pequeña habitación donde una niña jugaba con muñecas rotas y sucias.
—Hola, ¿sabes dónde estoy? —pregunté.
La niña levantó la cabeza, mostrándome una sonrisa inocente.
—¡Hola! Bienvenida a mi picnic. ¿Has venido a tomar té con nosotras?
La miré, confundida. Ella estaba sentada rodeada de aquellas muñecas destrozadas.
—Vamos, siéntate. El té se va a enfriar y se pondrán tristes si no lo tomas.
Me senté, aunque con cierta reticencia. Algo en esa escena me incomodaba profundamente. Entre todas las muñecas rotas, solo una permanecía intacta, apartada del resto. No pude evitar que la curiosidad me carcomiera.
—¿Qué les ha pasado a las muñecas? —pregunté finalmente.
—Son muy buenas para mentir —respondió la niña, sonriendo.
—¿Qué significa eso?
La mariposa en mi cabeza voló hacia la niña, tiñéndose de negro en el proceso.
—Ah, con que tú eres la nueva... —dijo, su tono volviéndose más sombrío—. Es difícil explicar tu situación. ¿Por qué no jugamos a un juego?
—¿De qué estás hablando?
—Esto es complicado para tu cabecita, tan poco usada por los mortales. —La niña rió suavemente, pero sus palabras me helaron.
—¿Mortales? ¿Quién eres? ¿Qué es este lugar?
—Tranquila, solo quiero que juguemos. ¿No las ves? —Señaló a las muñecas—. Todas están rotas, sucias, pero siguen aquí. ¿Sabes por qué?
El miedo me invadió. No quería saberlo, pero ya no podía huir. Algo en este lugar me atenazaba, me mantenía inmóvil.
—Son mentirosas, pero siguen aquí, fingiendo que todo está bien. Todas, menos una, que se ha apartado. La única que no miente. —La niña rió de nuevo—. A veces, la soledad es el precio de la verdad.
Quería entender, pero el cansancio y el estrés pesaban demasiado. Mis párpados se cerraban lentamente, el sueño me arrastraba hacia la oscuridad.
—Se acabó el tiempo —susurró la niña—. Pronto vendrán.
—¿Quiénes vendrán?
—Ya lo sabrás. No te preocupes. Nos volveremos a ver para otro picnic.
Intenté resistirme, pero el sueño me vencía. La mariposa negra volvió a posarse en mí mientras cerraba los ojos, y lo último que escuché fue el susurro de la niña:
—Atalantë.
Y todo se desvaneció en la oscuridad.
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Cementerio para una mariposa
FantasyQue mis alas se despegen de esta podredrumbre llamada mortalidad